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miércoles, 11 de enero de 2012

Radicales y moderados en el movimiento negro de Santiago de Cuba (II)


Una mirada a aquellos reivindicadores
en el centenario de la masacre de 1912


Muchos mambises surorientales militaron o concomitaron con la tendencia radical del movimiento reivindicativo negro en Santiago de Cuba, entre ellos algunos ilustres, como fueron los casos de los coroneles Pedro Ivonet Dofourt y Enrique Fournier Leuville, así como el teniente coronel Julián V. Sierra, el comandante Carlos Pillot Blaterau, los cuatro invasores a occidente con el general Antonio Maceo; el capitán Saturnino Cos Riera, los tenientes Evaristo Estenoz, Julio Antomarchí y Antomarchí, el sargento Juan Bell, y los veteranos Loreto Vega, Isidoro Santos Carrero, Agapito Savón, Abdón Rispoll y Germán Luna, cuyas graduaciones no han podido establecerse. Casi todos salieron de las filas de los partidos Conservador (Moderado) y de las varias fracciones del Liberal, arrastrando consigo a miles de seguidores. Mas, no se le integró la mayoría del mambisado negro, ni sus jefes más brillantes, e, incluso, dos de esos relacionados -Fournier y Sierra- se apartaron de la corriente radical tras la aprobación de la Enmienda Morúa, interpuesta para forzar la desaparición del Partido de los Independientes del Color (PIC). Tampoco les secundó la mayor parte de la población negra, aunque gozó de gran simpatía entre esta.

Evaristo Estenoz Coromina

Estos líderes militares y otros civiles de cultura y arraigo –incluso de varias zonas del país, especialmente de la capital- estuvieron bajo la dirección de Evaristo Estenoz Coromina, el máximo promotor de la agrupación y del Partido Independiente de Color, que para él significaba: “independiente de los liberales y de los conservadores”. 

Hijo de una negra criolla y de un francés, nació en la jurisdicción de Guantánamo –según algunas fuentes; otras señalan la de Santiago de Cuba- hacia 1860. Estando en la emigración, respondió a la exigencia patriótica, y vino como expedicionario del “Three Friends”, que bajo el mando del entonces coronel Rafael Portuondo Tamayo, desembarcó por la playa de Baconao (50 km al este de Santiago de Cuba), el 30 de mayo de 1896, sirvió en las filas del 1. Cuerpo, bajo el mando del general José Maceo Grajales; pero, finalmente, pasó a servir al 5. Cuerpo del general José María Aguirre, en cuyo Cuartel General concluyó la guerra, con el grado de teniente del Ejército Libertador.

Dedicado al negocio (contratista) de la construcción en la capital, se tiene la certeza de que, desde 1907 intentaba formar un partido de morenos y pardos cubanos, lo que al fin pudo lograr, el 7 de agosto de 1908 en consonancia con varios de los mambises negros citados arriba y varias figuras civiles de color, como Gregorio Surín, Antero Valdés y Juan Coll, entre otros, con quienes fundó, además, el órgano de la agrupación, el periódico Previsión, y con quienes presidió el primer mitin, una semana más tarde, desaforadamente boicoteado por entes del Partido Liberal en La Habana.
Fue él la voz principal del Programa del Partido Independiente de Color y, por ende, de su contenido, tan progresista como demasiado abarcador y pretensioso; por demás, inviable para su época; una carta de intención, y no una hoja de ruta.

Fue él, también, ante las numerosas calumnias de la propaganda oficial y oficiosa –tan sucia y venenosa como cuando las campañas de Polavieja-, quien, al denunciar la negativa de los dueños de un hotel capitalino de servir a un negro, escribió en el Previsión: “Todo hombre de color que no mate instantáneamente al cobarde que lo veje en un establecimiento público, es un miserable indigno de ser hombre, que deshonra a su patria y a su raza.”

Fue un desatino exagerado y peligroso, un craso error que alejó demasiado de su causa a los reivindicadores negros moderados, que dio justificación al gobierno de José Miguel Gómez para clausurar, confiscar el periódico y arrestar al propio Estenoz; así como también para alentar mayores odios del racismo blanco, insuflado por “nuevas”, “sorprendentes” y “apodícticas” revelaciones, condensadas en viejísimos y falso estereotipos; tales como: “Resuelto el misterio: el negro es una bestia”, “el negro más superior debe ser considerado inferior al blanco”, “el propósito de los negros es acabar con la civilización blanca”, etcétera, etcétera, etcétera...

No menos erróneo –ya como cálculo político, ya por la herida que iba a infligir- fue llevar al PIC a un alzamiento, so pretexto de que se habían cerrado todas las demás vías, y no obstante las declaraciones de sus principales líderes de que no era una guerra contra los blancos. No importa si fue más como factor de presión que como guerra en sí; o si se hizo para provocar -quizás- un estado de cosas tal, que condujese a una nueva intervención norteamericana, con la esperanza –tal vez- de que esta suprimiese la Enmienda Morúa, toda vez que fue el gobierno interventor de Charles Magoon el que reconoció al PIC.

Serían rasgos de puro infantilismo creer que, en medio de aquella aberrante propaganda, el alzamiento se quedaría en una mera algarada y ya, o que los Estados Unidos, salido de una reciente intervención en la Isla, la acometerían de nuevo, sin alentar antes al gobierno nacional la más ruda, masiva y eficaz represión contra el movimiento insurgente negro.

Estas consideraciones podrían ser suficientes para condenar la guerra declarada por el Partido Independiente de Color, el 17 mayo de 1912, como el mayor sin sentido que se pudiera cometer entonces; mucho más, si se analiza el escenario de las acciones y se toma en cuenta que tan sólo eran cientos de negros provistos de pocas y obsoletas armas, sin municiones casi, con la oposición –o la indiferencia, en el menor de los casos- de la mayor parte de los de su raza, y frente a un ejército y milicias más numerosos, disciplinados, mejor armados (comprendidas artillería pesada y modernas ametralladoras) y municionados; todo lo cual trajo como consecuencia la derrota, y una retaliación carnicera, con miles de asesinados –alzados o no, sospechosos o no- por parte de las fuerzas gubernamentales y de los “voluntarios”, que incluyó la eliminación física deliberada de Estenoz (28 de junio), del general de división del “Ejército Reivindicador” (ER), Pedro Ivonet (12 de julio), su ayudante, el comandante mambí Domingo Romero Quintana, y de otros jefes alzados, cual fueron los casos de Loreto Vega y Juan Bell, en Songo y La Maya-, y otros que lograron salvar la vida con sus presentaciones con garantes de vida; entre ellos el brigadier (ER) Julio Antomarchí, en El Cobre, y del coronel (ER) Carlos Pillot, en Palma Soriano.

Decir que tan horripilante masacre no tuvo razón de ser, que se pudo debelar la asonada con la fuerza sin llegar al extremo de asesinar  entre 3 000 y 5 000 negros, de apresar a cientos de inocentes y reconcentrar a miles de pobladores, es señalar algo tan razonable como alejado de los presupuestos políticos de aquella brutal represión, porque –no importa cuán inhumano resultara, al cabo- el objetivo era ese: la masacre que aterrorizara a los hombres de color, y los desalentara en cualquier aspiración de exigencia. Y si, a favor de una duda razonable, se admitiera que la meta no hubiese sido tal, es innegable que las pasiones desenfrenadas por la propaganda gubernamental y de todos los racistas blancos liberaron de todo escrúpulo los más bajos instintos, entronizaron los rencores, y –habidas cuentas- los odios, en general, y los sociales, en particular, nunca son racionales, y suelen concluir en orgía de sangre.
El racismo blanco fue culpable de aquella matanza horrible, estúpida e injustificable; pero no pueden eximirse de responsabilidad histórica los directivos del PIC, por la descabellada decisión del alzamiento, precedida por declaraciones muy provocadoras y siniestras, desde las páginas de Previsión, y en algunos discursos de portavoces de esa colectividad, con los cuales dieron alimento suficiente al fanatismo criminal de los blancos racistas; como tampoco –aunque en menor grado, claro está- los centenares de miles de negros –comprendidos muchos moderados- que, en su correcto distanciamiento de la insurgencia racial, fueron, a la vez, demasiado indiferentes ante la terrible  matanza.

En tal sentido, los jefes mambises: Jesús Rabí, Agustín y Juan Pablo Cebreco, Valeriano Hierrezuelo, Alfredo Despaigne Bonne, Evaristo Lugo, Ramón Risco, José de la Cruz Puente Sánchez, Eusebio Magaña, Miguel Balanzó, Adeodato Carvajal, José Dolores Asanza Millares, Emilio Guillart, Ruperto Portes Mena, Aniceto Serrano, Manuel Ferrer Cuevas y los Nápoles Vivar; así como también los más destacados talentos negros en la sociedad civil: Juan Tranquilino y Juan Bautista Letapier Rengifo, José Agustín Lafourié, José Diego Prudencio Dupín, Francisco Audivert Pérez y sus hijos: Francisco, Santiago y Juan Antonio Audivert Tibeau; José Canuto Vantour, Santiago y Benjamín Bonne, Fidel Núñez Jústiz, José Teodoro Prior, José Guadalupe Castellanos González, Longino Alonso Castillo, Américo y José Gregorio Portuondo Hardy, Gonzalo Cabrales, José Fatjó Spech, Pedro Duany Méndez (“Saulo de Tarso”), fueron los elementos negros más visibles e influyentes de los primeros tres lustros de vida republicana en Santiago de Cuba, y tal vez pudieron asumir un rol para intentar contener en parte aquella barbarie, sin medir el riesgo de ser reprimidos también.

No era fácil desestimar su potencial, pues no sólo tenían, los primeros, los grandes méritos y glorias de la guerra, y el peso de algunos cargos públicos importantes, sino que los segundos, también, eran personajes de cualidades,  estimación y mucho arraigo. Así, por ejemplo: Juan Tranquilino Letapier, capitán mambí, sobresaliente también en la emigración revolucionaria, primer negro graduado de abogado en Cuba; Lafourié seguía siendo uno de los principales mentores de la raza, conjuntamente con Prior, Dupín, Vantour, Santiago Bonne y Fidel Núñez Jústiz. Por su parte, Audivert, había sido presidente del Casino de Santiago de Cuba (1890), concejal en la república, tercer teniente alcalde y representante a la Cámara. Sus hijos Francisco y Santiago jóvenes abogados –como Américo Portuondo- y dirigente tabaquero, el otro; Castellanos González y José Gregorio Portuondo Hardy, médicos; Alonso, agrimensor y político local, y Fatjó, Cabrales y Duany Méndez escritores muy conocidos y respetados. Tampoco era sencillo para ellos, en medio de tanta ebriedad racista, tanta arbitrariedad oficial y saña  general, sin comprometer la posición moderada.

Ellos, habidas las cuentas, sí habían seguido el ideal de Antonio Maceo, quien no vio obstáculo alguno en expresar abiertamente el orgullo de ser negro: Y como el exponente pertenece a la clase de color, sin que por ello se considere valer menos que los otros hombres (…)”, o, 14 años después: “El día en que los negros –porque en realidad no tienen otro color- no se pongan bravos porque les digan negros, ese día (…) quedará salvada la raza”; y, la vez, defender la integración y unidad de las razas: “La unión cordial, franca y sincera de todos los hijos de Cuba (…) el ideal de mi espíritu y el objetivo de mis esfuerzos”

 En efecto, a los blancos -afirma Juan Gualberto Gómez-, les decía:
--Ved lo que los hombres de la raza negra hacemos a vuestro lado: ayudaros con esta obra de abnegación y patriotismo, para la conquista de la libertad y los beneficios de la democracia--.


Y a los negros, a sus congéneres de raza, les decía:
--Vais a crecer y os vais a desarrollar con la libertad, pero por vuestro propio esfuerzo y merecimiento; tenéis que conquistar la admiración de vuestros hermanos, para que os den, después de esa admiración, el cariño, y así es como se establecerá entre vosotros el imperio de la confraternidad—.”  Y, al mismo tiempo: “No pidan nada por el color de su piel; todo es preciso obtenerlo por imperio de las virtudes”.

A los cubanos todos declaró:
“[…] y nada rechazo con tanta indignación como la pretendida idea de una guerra de raza […] y nunca se manchará mi espada en guerras intestinas que harían traición a la unidad interior de mi Patria." A Martí, en otra ocasión: “(…) condenaré (…) todo paso que se pretenda dar fuera de la órbita de las leyes, que estamos todos en el deber de respetar y hacer cumplir. Protestaré asimismo, y me opondré hasta donde me sea posible, a toda usurpación de los derechos de una raza sobre otra.”

Maceo, verdadero inspirador -junto a Juan Gualberto Gómez y (por qué no) a Martín Morúa Delgado- del ala moderada en el movimiento reivindicador del negro en Cuba, tuvo ese sueño, 80 años antes que Martin Luther King…
 

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