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miércoles, 25 de enero de 2012

Martí sin misticismo (I)


 

 

La vida y la obra de José Martí Pérez no han requerido nunca de las tantas invenciones, con las cuales muchos autores –verdaderos idólatras de su figura, más que estudiosos de ella- han querido revestirlas, o impresionarnos.
“Santo de América”, “Cristo cubano”, “el Maestro”, “Apóstol de la independencia”, “Apóstol de la libertad”, son calificativos de un peregrino misticismo, al que se ha llegado por la propagación y aceptación de algunos mitos sobre su protagonismo, que la grandeza de Martí no necesita, ni la historia de Cuba tampoco.
No fue un santo, porque... no fue soberanamente perfecto, ni un elegido, ni un asceta, sino un hombre de bien – con virtudes y defectos, fortalezas y debilidades- que dedicó su mucha inteligencia al mejoramiento humano y, sobre todo, a la lucha por la emancipación de su patria, causa a la que hizo grandes aportes y a la cual dedicó grandes sacrificios.
Cristo, lo fue menos, ni “el Maestro” –otra sinonimia del Mártir del Gólgota-, pues no creó -adaptado al caso de Cuba- la doctrina de su independencia ni de su libertad, ni fue quien enseñó éstas a los cubanos, como tampoco el modo de conquistarla frente a la dominación española.
Apóstol – si por tal se entiende a quien propaga una doctrina y quien convierte a muchos a su fe – sí fue, de la causa separatista cubana y del mejoramiento humano; pero no el único, pues bien se sabe que muchos hubo antes que él y contemporáneos con él, algunos de ellos que tal rol desempeñaron por más tiempo que Martí, o que, en la propia época de éste, lo hicieron con igual fervor; en fin, no el único apóstol de nuestra libertad y de nuestra independencia, porque también lo fueron Francisco Vicente Aguilera, Carlos Manuel de Céspedes, Perucho Figueredo, Ignacio Agramonte, José Francisco Lamadriz (el gran desconocido de hoy), José Dolores Poyo, Máximo Gómez, Antonio Maceo, Calixto garcía y Serafín Sánchez, por sólo señalar algunos de nuestros padres fundadores.
Martí –por encima de epítetos de creación literaria– fue grande por sus propias glorias, méritos reales que tuvo en muy diversos campos, en los muchos quehaceres a los que se dedicó en sus 42 años de existencia fecunda; pero, fundamentalmente, por su labor patriótica y revolucionaria, lo mismo desde que fundara los periódicos El Diablo Cojuelo y Patria Libre, y publicara su poema dramático “Abdala”, que desde su prisión y trabajo forzado en la cantera de San Lázaro, en 1869, y su deportación a isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud) y a España, pasando por su inmensa labor en la emigración en los Estados Unidos, hasta su caída en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895.
Veintiséis años de creación y lucha, en los que se distinguen la publicación de su “Presidio Político en Cuba”, aleccionadora denuncia contra el despotismo español y su folleto “La República Española ante la Revolución Cubana” (Madrid, 1871 y 1873, respectivamente); su peregrinar por las tierras de América (México, Guatemala, Cuba, Venezuela y Estados Unidos), en las cuales dio su valioso aporte intelectual, a la vez que su obra por la redención de su patria: magnífica y colosal obra literaria, periodística, indigenista, de trascendentes correspondencia,  piezas oratorias y de conspiraciones políticas, entre todas las cuales – en un espacio tan sucinto como éste- cabe mencionar: sus Versos Libres y Versos Sencillos, sus ensayos y crónicas sobre nuestra América y de las escenas norteamericanas, sus discursos en Steck Hall, Hardman Hall y el Liceo Cubano de Tampa, sus estudios sobre la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América; el movimiento clandestino de 1879, en La Habana, donde fue vicepresidente de un comité revolucionario, y por lo que sufrió su segunda deportación a España; la constitución de la Liga de los Independientes y Comisión Ejecutiva Cubana de Nueva York, de las que fue distinguido miembro, entre varias organizaciones a las que perteneció, y, sobre todo, su obra magna: la fundación del Partido Revolucionario Cubano (PRC) –conjuntamente con un grupo de grandes compatriotas-, que tuvo como epílogo la organización del alzamiento revolucionario en la Isla ( definitivamente realizado el 24 de febrero de 1895) y la realización de las dos expediciones que colocaron a los principales jefes mambises en las costas de Cuba para dirigir la guerra.
Esa obra – valga decir-, Martí la ejecutó, no precisamente con el acatamiento por todos de su liderazgo civil, sino, por el contrario, con sistemática oposición de no pocos – patriotas valiosos, también -, que hicieron más tensa su labor y más meritorios sus extraordinarios logros.
La revelación de una supuesta vida mística de José Martí parece, realmente, la imposibilidad de algunos grandes monarcas de la palabra y de la invención –desconocedores de muchos pormenores de nuestra historia– para enjuiciar la figura del Héroe de Dos Ríos, de nuestro Héroe Nacional, sin disminución ni exageraciones...
 

2 comentarios:

  1. gran trabajo, realmente profundo a pesar del espacio tan reducido.Cuba tiene muchos heroes desconocidos, como virtuosamente usted hace mencion.

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  2. Pocas veces he leido trabajos tan buenos como este, el historiador debe decir siempre la verdad, no importa su pensamiento politico.

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