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lunes, 2 de abril de 2012

Cuba: Una expedición hija de la pasión y del milagro


La Invasión de Duaba,
el 1. abril de 1895

Al margen del interés de sus organizadores, y de la voluntad de hacerla un éxito, la expedición mambisa que trajo desde Costa Rica hasta las costas cubanas a los Maceos, Flor Crombet, Agustín Cebreco, Silverio Sánchez Figueras y 18 libertadores más, en la situación de la recién iniciada guerra en la Isla, hizo de dicha expedición invasora el desiderátum de quienes tenían la responsabilidad de poner en Cuba a los grandes jefes mambises residentes en el exterior.
Se peleaba en el oriente cubano desde el 24 de febrero de ese mismo año 1895; pero aunque los combatientes por la independencia compilaban una treintena de acciones bélicas de relativa importancia, realmente no constituían aún una fuerza verdaderamente organizada, sino sólo grupos de valientes aislados, en espera de la llegada de los adalides mencionados, así como del General en Jefe Máximo Gómez, cuya demora mayor en llegar al teatro de operaciones amenazaba con malograr la supervivencia del movimiento revolucionario, al punto de que ya algunos líderes de partidas rebeldes habían puesto plazos de permanencia en la manigua.
Tocábale al mayor general Antonio Maceo la organización de esa empresa expedicionaria desde Costa Rica, para lo cual pidió al Partido Revolucionario Cubano (PRC) que los armaba, la suma de 5 000 pesos, a fin de llevar a la Isla 50 jefes y oficiales cubanos y latinoamericanos, provistos de armas largas, y convenientemente municionados. Víctima de su entusiasmo – tal vez ansioso de mayores glorias patrióticas -, el brigadier Flor Crombet se comprometió ante el Delegado del PRC a realizar la empresa por sólo 2 000 pesos.
Aceptada esa última propuesta, con agravio explicable del general Maceo, más aún, en la medida que le fueron ocultando pormenores esenciales de la expedición, que él debía conocer...
El plan de desembarco, a decir verdad, fracasó, por estar amarrado a aquella fórmula menos costosa; es decir, formando parte del viaje de un buque de pasajero y de carga (el “Adirondack”), entre Puerto Limón (Costa Rica) y Nueva York, que al tomar pasaje en Kingston (Jamaica), con ello imposibilitó cumplir la parte esencial del proyecto de Crombet: que era salir los cubanos de su escondite en el barco, abordar los botes del buque, y dirigirse a las playas cubanas, desde aguas cercanas a la zona sureste de Santiago de Cuba.
Definitivamente, los cubanos tuvieron que desembarcar en Isla Fortuna (de las Bahamas), donde por mediación del capitán del “Adirondack”, hubo que alquilar la goleta L’Honor por algunos cientos de pesos, a los que hubo que agregar otros 300 más, de regalía a los marineros, por su actitud “temeraria” de llevarlos a Cuba; meta que al fin se cumplió, después de vencer un mar harto proceloso y de lanzar la pequeña embarcación contra los arrecifes de Duaba, aquel memorable 1. de abril de 1895, y a despecho de las indicaciones de Maceo de enrumbar hacia al sur, buscando las costas guantanameras, por donde le esperaban los hombres del coronel Periquito Pérez y de su enviado especial Emilio Giro Odio.
Todavía hubo arrostrar otras consecuencias...
Fue absolutamente imprescindible para el general Maceo dar a conocer su presencia – y la de los jefes que lo acompañaban -  en tierras cubanas, toda vez que la impaciencia y la desesperación habían puesto plazo de presentación al enemigo en varias partidas alzadas; aunque con ello, también, convocaba en su contra al enemigo, numeroso y mejor armado, ya que él, como consecuencia de haberse optado por el plan de Flor, estaba carente de armas largas, al punto de que tuvo que declinar el ingreso de las decenas de hombres con que Félix Ruenes se le presentó, limitando así a unos 25, lo que hubiera podido ser un contingente de casi 80 números, de haber contado con fusiles suficientes.
Tal realidad determinó la suerte corrida por aquellos expedicionarios, que estuvieron a punto de morir todos en varias emboscadas del enemigo, víctimas de la traición y de la cacería por parte de fuerzas superiores; perdidos en los bosques baracoanos, sin agua y sin alimentos, y dispersos por la sorpresa de los contrarios; adversidad que cobró la valiosa vida del gallardo Flor Crombet y de otros expedicionarios, la prisión de algunos más y las odiseas tanto del grupo de Agustín Cebreco y Silverio Sánchez, que sobrevivió alimentándose de raíces, algunos frutos montunos y semillas de cayajabo; como la del general José Maceo, quien, en el episodio donde murió Flor, salvó la vida milagrosamente lanzándose al abismo en Loma de Palmarito, y la del General Antonio, con trece días de deambular por aquellos espesos bosques, hambriento, hinchadas sus piernas, buscado por el adversario como el más preciado botín de la guerra comenzada...
Razonable es pensar que muy probablemente el proyecto de Maceo hubiese evitado todos los percances referidos; pero, de todas formas – y no obstante el alto precio pagado y de las probabilidades vistas de que ese costo hubiese sido mayor-, el plan de Flor, al cabo, trajo a aquellos héroes a Cuba, especialmente a los generales José Maceo, que unido a Periquito Pérez y a Victoriano Garzón, salvó las vidas de José Martí y Máximo Gómez, con el combate de Arroyo Hondo, y,  especialmente, Antonio Maceo, quien con su presencia en la Lombriz de Jarahueca (Mayarí Arriba), unió allí a miles de insurrectos dispersos, y con ello salvó la revolución, al decir de  todos aquellos bravos mambises...
 

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