El 4 de agosto (una fuerte versión dice que fue el día 3 de ese propio mes)
de 1839, nació en la esquina de las actuales calles Miró y
Frexes, en la ciudad de Holguín, Calixto García Iñiguez, uno de los más grandes
generales del mambisado cubano, combatiente de las tres guerras
independentistas libradas por nuestro pueblo contra la dominación española en
el siglo XIX.
Hijo de un
liberal español (Ramón García de Luna González) y de la señorita holguinera
Lucía Íñiguez, tuvo de ambos no sólo una vida relativamente holgada, por el
disfrute de algunas propiedades en la zona de Jiguaní -a donde fue a vivir la
familia, siendo Calixto aún un niño-, sino también la formación de un carácter
fuerte y firme, a la vez que principios
morales elevados y sustentos ideológicos, los cuales, ya de joven, lo alejarían
de la posición oficial del gobierno colonialista.
Poco se sabe de
su formación intelectual en sus años mozos, que -siguiendo sus huellas
posteriores- pudiera considerarse buena,
pues. A pesar de no concluir ninguna carrera, siempre dio muestras de amplia
cultura y dominio de dos idiomas, además del natal: es decir, del inglés y del
francés, tanto que impartió clases de las dos lenguas.
En su segunda
patria chica, Jiguaní, se hizo Calixto propietario de un tejar, con horno, de tres esclavos, siete
yuntas de bueyes, carretas, seis caballos y siete caballerías de tierra;
fue regidor del ayuntamiento de ese poblado y fundador de una familia, con la
señorita Isabel Vélez Cabrera, pese a la negativa de su padre a la
formalización de ese matrimonio.
Su herencia
liberal, por la parte paterna, sumado al fracaso de la Junta de Información de
Madrid, a la que con tantas esperanzas asistieron los propietarios criollos, lo
llevaron a militar en la masonería, desde 1867; concretamente, en logia
Tropical, de Bayamo, donde comenzó a conspirar contra el poder colonial, desde
la fundación misma de dicha institución, hasta su alzamiento en Jiguaní, el 13
de octubre de 1868, a
la órdenes de Donato Mármol Tamayo, con lo que comenzó una brillante carrera en
el terreno de las armas; ya como segundo de Máximo Gómez; ya, de Luis Marcano
Alvarez y de Modesto Díaz, los tres grandes dominicanos de nuestra gestas
libertarias.
Como principal
adalid militar de la región holguinera, participó en numerosas acciones
combativas, cuya completa relación sería muy enojoso, e imposible en un
propósito como éste. No obstante, cabrían mencionar: los varios asaltos a los
poblados de Holguín, Jiguaní y Baire, la
toma de los de Guisa y Auras, los combates 1. de Báguano, Samá, Ocujal, Santa
María, Veguita, Camazán, La
Sabana , La Yaya ,
Bijarú, y otros, como Veguita, Manzanillo, y Melones, hasta caer prisionero en
San Antonio de Bagá, en septiembre de 1874, tras intentar un heroico y
frustrado suicidio.
Conducido a
Santiago de Cuba, convaleció como prisionero en el hospital militar Príncipe
Alfonso, de esta ciudad, tras lo cual fue trasladado, sucesivamente, al Morro
santiaguero, al morro de La
Habana y a prisiones en la Península , a donde le
sorprendió el Pacto del Zanjón, por el cual obtuvo la libertad.
Concluida la Guerra de los Diez Años,
por la conjunción del pacto ignominioso y
la apatía de la emigración cubana en el exterior, Calixto llegó a New York, donde, meses
después, sus compatriotas le dieron la presidencia del Comité Revolucionario Cubano de esa
ciudad, con el fin de que organizara la segunda campaña, luego denominada
Guerra Chiquita (25 agosto de 1879-1. junio de 1880), cuyo trágico fin no puede
desligarse de sus capitales errores, como el de preterir al General Antonio
Maceo, para enviar al brigadier Goyo Benítez como jefe de la vanguardia -pese a
ser este desconocido prácticamente en Oriente-, y el de dilatar su arribo a la
manigua cubana.
En efecto, tarde
-pero fiel a su palabra de invadir a Cuba, para ponerse al frente del
movimiento liberador-, desembarcó Calixto por Aserradero (costa suroeste de
Santiago de Cuba), el 7 de mayo de 1880, y tras algunos combates indeseados,
fatigosas marchas y penurias inenarrables, con sólo tres hombres a su lado, al
cabo, se rindió, el 4 de agosto de ese año, en un amargo cumpleaños.
Nuevamente se
le perdonó la vida, y otra vez las penalidades de las prisiones en España,
hasta que le dieron a Madrid por cárcel, durante varios años; hasta que pudo
huir, en 1895, y trasladarse a los Estados Unidos, para desde allí partir a
unirse a los mambises en la manigua redentora de Cuba, a donde llegó en marzo
de 1896, en un segundo intento expedicionario, trece meses después de haberse
comenzado la lucha.
Su presencia
–no obstante haber sido aprovechada para banderías políticas, por Salvador
Cisneros Betancourt y su Consejo de Gobierno, especialmente contras los Maceo–
resultó de un valor extraordinario, en el pleno sentido de la palabra, pues dio
a las armas cubanas glorias tan grandes como: Guáimaro, Loma de Hierro, Las
Tunas, Guisa y numerosos más, que le valieron su nombramiento como
Lugarteniente General del Ejército Libertador, a la muerte del titular: Antonio
Maceo. Consiguió resonante desempeño de sus fuerzas en la gran campaña previa -y
durante- a la denominada Guerra Hispano-Cubana-Americana, en julio de 1898, en
la cual los cubanos aportaron no sólo el plan de desembarco de las tropas
estadounidenses, sino que hicieron la labor de limpieza de la zona de invasión,
de inteligencia, de apoyo combativo y -aún más- sacándoles las castañas del
fuego a los inexpertos soldados norteamericanos.
En acto
injusto, prepotente y de deslealtad inconcebible, el general en jefe
norteamericano no permitió la entrada de los mambises a Santiago de Cuba, el 17
de julio de 1898, después de la rendición española, lo que motivó la viril carta-protesta
de Calixto García, quien decepcionado e indignado renunció a su puesto de Jefe
del Departamento Oriental del Ejército Libertador, el 8 de agosto de aquel año,
que algunos han visto como el pago correspondiente a García, por haber obviado
grandemente, al Consejo de Gobierno y al General en Jefe, por su ayuda a las fuerzas
invasoras norteamericanas.
Meses después,
tomó parte de la Asamblea
de Santa Cruz, la cual - pese a las
críticas y censuras de radicales patriotas– lo eligió para presidir una
comisión para negociar en Washington asuntos de interés para el Ejército
Libertador y para Cuba toda.
Allá fue, y allá,
víctima de una pulmonía, le sorprendió la muerte, el 11 de diciembre del propio
1898. El 11 de febrero del año siguiente, su cadáver fue repatriado, y
enterrado en el cementerio de Colón, en La Habana : En 1980, sus restos fueron exhumados y
conducidos a su ciudad natal, Holguín, donde recibieron honrosa sepultura, y el
tributo fervoroso de los holguineros, y donde cubanos de todas partes le rinden
perpetuo tributo.
En vida, se le
acusó de racismo; de beber en exceso, de perder fácilmente los estribos, cuando
las cosas no le salían bien, y, en tales casos, de ser muy grosero con sus
subordinados; denuncias sazonadas con no pocas anécdotas.
En todo caso,
son manchas en una vida que dio infinitamente mucha más luz a la causa cubana
de la libertad y la independencia, que hace que –sin esquivar lo negativo de
aquellas- valoremos mucho más, muchísimo más los sacrificios personales y
familiares, así como, sobre todo, las glorias que dio a la forja de una Cuba
soberana…
No hay comentarios:
Publicar un comentario