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viernes, 4 de agosto de 2017

Extraordinario y polémico: el general Calixto García


El 4 de agosto (una fuerte versión dice que fue el día 3 de ese propio mes) de 1839, nació en la esquina de las actuales calles Miró y Frexes, en la ciudad de Holguín, Calixto García Iñiguez, uno de los más grandes generales del mambisado cubano, combatiente de las tres guerras independentistas libradas por nuestro pueblo contra la dominación española en el siglo XIX.
Hijo de un liberal español (Ramón García de Luna González) y de la señorita holguinera Lucía Íñiguez, tuvo de ambos no sólo una vida relativamente holgada, por el disfrute de algunas propiedades en la zona de Jiguaní -a donde fue a vivir la familia, siendo Calixto aún un niño-, sino también la formación de un carácter fuerte  y firme, a la vez que principios morales elevados y sustentos ideológicos, los cuales, ya de joven, lo alejarían de la posición oficial del gobierno colonialista.
Poco se sabe de su formación intelectual en sus años mozos, que -siguiendo sus huellas posteriores- pudiera  considerarse buena, pues. A pesar de no concluir ninguna carrera, siempre dio muestras de amplia cultura y dominio de dos idiomas, además del natal: es decir, del inglés y del francés, tanto que impartió clases de las dos lenguas.
En su segunda patria chica, Jiguaní, se hizo Calixto propietario de un  tejar, con horno, de tres esclavos, siete yuntas de bueyes, carretas, seis caballos y siete caballerías de tierra; fue  regidor del ayuntamiento de  ese poblado y fundador de una familia, con la señorita Isabel Vélez Cabrera, pese a la negativa de su padre a la formalización de ese matrimonio.
Su herencia liberal, por la parte paterna, sumado al fracaso de la Junta de Información de Madrid, a la que con tantas esperanzas asistieron los propietarios criollos, lo llevaron a militar en la masonería, desde 1867; concretamente, en logia Tropical, de Bayamo, donde comenzó a conspirar contra el poder colonial, desde la fundación misma de dicha institución, hasta su alzamiento en Jiguaní, el 13 de octubre de 1868, a la órdenes de Donato Mármol Tamayo, con lo que comenzó una brillante carrera en el terreno de las armas; ya como segundo de Máximo Gómez; ya, de Luis Marcano Alvarez y de Modesto Díaz, los tres grandes dominicanos de nuestra gestas libertarias.
Como principal adalid militar de la región holguinera, participó en numerosas acciones combativas, cuya completa relación sería muy enojoso, e imposible en un propósito como éste. No obstante, cabrían mencionar: los varios asaltos a los poblados de Holguín, Jiguaní y  Baire, la toma de los de Guisa y Auras, los combates 1. de Báguano, Samá, Ocujal, Santa María, Veguita, Camazán, La Sabana, La Yaya, Bijarú, y otros, como Veguita, Manzanillo, y Melones, hasta caer prisionero en San Antonio de Bagá, en septiembre de 1874, tras intentar un heroico y frustrado suicidio.
Conducido a Santiago de Cuba, convaleció como prisionero en el hospital militar Príncipe Alfonso, de esta ciudad, tras lo cual fue trasladado, sucesivamente, al Morro santiaguero, al morro de La Habana y a prisiones en la Península, a donde le sorprendió el Pacto del Zanjón, por el cual obtuvo la libertad.
Concluida la Guerra de los Diez Años, por la conjunción del pacto ignominioso y  la apatía de la emigración cubana en el exterior,  Calixto llegó a New York, donde, meses después, sus compatriotas le dieron la presidencia  del Comité Revolucionario Cubano de esa ciudad, con el fin de que organizara la segunda campaña, luego denominada Guerra Chiquita (25 agosto de 1879-1. junio de 1880), cuyo trágico fin no puede desligarse de sus capitales errores, como el de preterir al General Antonio Maceo, para enviar al brigadier Goyo Benítez como jefe de la vanguardia -pese a ser este desconocido prácticamente en Oriente-, y el de dilatar su arribo a la manigua cubana.
En efecto, tarde -pero fiel a su palabra de invadir a Cuba, para ponerse al frente del movimiento liberador-, desembarcó Calixto por Aserradero (costa suroeste de Santiago de Cuba), el 7 de mayo de 1880, y tras algunos combates indeseados, fatigosas marchas y penurias inenarrables, con sólo tres hombres a su lado, al cabo, se rindió, el 4 de agosto de ese año, en un amargo cumpleaños.
Nuevamente se le perdonó la vida, y otra vez las penalidades de las prisiones en España, hasta que le dieron a Madrid por cárcel, durante varios años; hasta que pudo huir, en 1895, y trasladarse a los Estados Unidos, para desde allí partir a unirse a los mambises en la manigua redentora de Cuba, a donde llegó en marzo de 1896, en un segundo intento expedicionario, trece meses después de haberse comenzado la lucha.
Su presencia –no obstante haber sido aprovechada para banderías políticas, por Salvador Cisneros Betancourt y su Consejo de Gobierno, especialmente contras los Maceo– resultó de un valor extraordinario, en el pleno sentido de la palabra, pues dio a las armas cubanas glorias tan grandes como: Guáimaro, Loma de Hierro, Las Tunas, Guisa y numerosos más, que le valieron su nombramiento como Lugarteniente General del Ejército Libertador, a la muerte del titular: Antonio Maceo. Consiguió resonante desempeño de sus fuerzas en la gran campaña previa -y durante- a la denominada Guerra Hispano-Cubana-Americana, en julio de 1898, en la cual los cubanos aportaron no sólo el plan de desembarco de las tropas estadounidenses, sino que hicieron la labor de limpieza de la zona de invasión, de inteligencia, de apoyo combativo y -aún más- sacándoles las castañas del fuego a los inexpertos soldados norteamericanos.
En acto injusto, prepotente y de deslealtad inconcebible, el general en jefe norteamericano no permitió la entrada de los mambises a Santiago de Cuba, el 17 de julio de 1898, después de la rendición española, lo que motivó la viril carta-protesta de Calixto García, quien decepcionado e indignado renunció a su puesto de Jefe del Departamento Oriental del Ejército Libertador, el 8 de agosto de aquel año, que algunos han visto como el pago correspondiente a García, por haber obviado grandemente, al Consejo de Gobierno y al General en Jefe, por su ayuda a las fuerzas invasoras norteamericanas.
Meses después, tomó parte de la Asamblea de Santa Cruz, la cual  - pese a las críticas y censuras de radicales patriotas– lo eligió para presidir una comisión para negociar en Washington asuntos de interés para el Ejército Libertador y para Cuba toda.
Allá fue, y allá, víctima de una pulmonía, le sorprendió la muerte, el 11 de diciembre del propio 1898. El 11 de febrero del año siguiente, su cadáver fue repatriado, y enterrado en el cementerio de Colón, en La Habana: En 1980, sus restos fueron exhumados y conducidos a su ciudad natal, Holguín, donde recibieron honrosa sepultura, y el tributo fervoroso de los holguineros, y donde cubanos de todas partes le rinden perpetuo tributo.
En vida, se le acusó de racismo; de beber en exceso, de perder fácilmente los estribos, cuando las cosas no le salían bien, y, en tales casos, de ser muy grosero con sus subordinados; denuncias sazonadas con no pocas anécdotas.
En todo caso, son manchas en una vida que dio infinitamente mucha más luz a la causa cubana de la libertad y la independencia, que hace que –sin esquivar lo negativo de aquellas- valoremos mucho más, muchísimo más los sacrificios personales y familiares, así como, sobre todo, las glorias que dio a la forja de una Cuba soberana…

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