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martes, 9 de octubre de 2012

En decisión muy difícil y riesgosa, hicieron lo que había que hacer…

Otra visión del 10 de octubre de 1868


Una tesis peregrina del general Camilo Polavieja sostenía que, hacia 1868, Cuba era un verdadero paraíso, y que los hijos de la isla, desagradecidos, no tuvieron razón para levantarse contra España. Tal aserto lo fundaba en algunas realidades estadísticas sobre evoluciones productivas y del comercio, con las que intentó ocultar, a su vez, otras certezas opuestas –económicas y de otras índoles-, las cuales necesitaba obviar…
La historia muestra una perfecta simetría: en la misma medida en que la economía de Cuba era más y más floreciente, resultaba más y más expoliada por la Metrópoli española, con un enmarañado y paradójico engranaje de imposiciones tributarias; y así, en la misma proporción en que, por tal razón, la Isla se hacía más y más imprescindible para el sustento material de España, más intentaba el reino asegurar el yugo alrededor del cuello de los cubanos, con el afán de preservar su emporio.
Explotados inicuamente, excluidos de los verdaderos factores de poder en su país; forzados a mantener la obsoleta institución de la esclavitud, que ya estaba siendo un pesado fardo para la economía de la clase propietaria, e insoportable, lo mismo para los negros que la sufrían que para los ya que se habían librado de ella; en fin, ahogados casi, en lo material, y despreciados moralmente, el elemento criollo de Cuba no solo aceleró su diferenciación psicológica de elemento español, sino, también, comenzó demandarle a la Corona mejoras, en todos los ámbitos de la vida.
Pero fue una crónica repetida: a toda tragedia de sus súbditos, la Corona contestó con indiferencia; a cada solicitud, con una negativa; a cada argumentación, con una contrapropuesta soberbia y obtusa, y, a cada insistencia, con mayor despotismo.
Llegó el momento -podría fecharse hacia los años de 1840- en que las peticiones desoídas se tornaron inconformidades frecuentes, y estas se tradujeron en iniciales conspiraciones revolucionarias por toda Cuba, que el gobierno colonial ahogó con profusión de sangre, prisiones y destierros entre los complotados. Pero, pese al eficiente espionaje español, de los restos de un complot, surgía otro, y del cadáver de éste, una conjura nueva…
No eran mayoría, pero sí un núcleo que marcaba una pauta sobre el tapete, para resolver los problemas del país.
La mayor parte de los hacendados y profesionales criollos de la Isla, sin embargo, creían aún en la racionalidad de la Metrópoli española, y en lo factible, por tanto, de pedir reformas. Así, en 1865, ante la acuciante crisis, recogieron 25 000 solicitudes para que La Corona convocase una Junta de Información sobre Cuba y Puerto Rico, para que sus comisionados impusieran al gobierno peninsular de todo lo que les dañaba, y de consejos sensatos para resolverlos.
Fue la última ilusión: “Con el resultado obtenido […] _diría luego uno de líderes separatistas_ otro desengaño más vino a comprobar a los cubanos que no tenían nada que esperar de España […]”
En efecto, se puede remedar a Lincoln, y decir: Si un pueblo se yergue, y afirma y repite una y otra vez que dos más dos son cuatro, no hay un argumento –o fuerza- lo bastante poderoso como para detenerlo.
Así, cuatro meses después de aquel estruendoso fracaso de la Junta de marras, en agosto de 1867, se constituyó el Comité Revolucionario de Bayamo, el cual envió comisionados separatistas a casi toda la Isla, a fin de concertar un movimiento nacional revolucionario, a través de logias francmasónicas irregulares del Gran Oriente de Cuba y las Antillas (GOCA), para generar una guerra por la independencia de Cuba.
En progresión, el 28 de julio de 1868, se reunieron en San Miguel El Rompe (Tunas) representantes de esa zona, de Bayamo, Holguín, Jiguaní, Santiago de Cuba y Manzanillo, y dos comisionados del Camagüey. Los dos principales acuerdos fueron: fundar la Junta Revolucionaria de Oriente, encabezada por Francisco Vicente Aguilera, y llevar a cabo el alzamiento para el 2 de septiembre de ese año, a lo cual se opusieron los camagüeyanos, y que fue tema de sucesivas discordias; de puja entre quienes pretendían el inmediato alzamiento, y los que querían retardarlo, para, con el saldo de la zafra cañera, obtener recursos para armarse y municionarse.
Muchas conferencias conspirativas tuvieron lugar, en lo adelante, buscando un acuerdo unánime o mayoritario. Las más notorias: la ya citada de San Miguel, la de finca Muñoz (Tunas), el 3/9/68; El Tejar (Holguín, dias después), las de Santa Gertrudis y el Ranchón de Caletones (Manzanillo, 2 y 3/10/68, respectivamente); a las que siguieron: la de Sabanazo (cerca de Holguín, por esas fechas), la del Rosario (Manzanillo, 5/10), Buenavista I (entre Holguín y Tunas, 7/10), Enseibas de Cabaniguán y Ventorrillo (Tunas, 8 y 9/10, respectivamente) y Buenavista II (11/10/1868).
También, del 14 de agosto al 15 de septiembre de 1868, pretextando fundar corresponsalías para el periódico habanero El País, que dirigía, recorrió la Isla Francisco Javier Cisneros Correa, con vistas a organizar, por su cuenta, un pronunciamiento armado, que fue aliento para los ya involucrados en el movimiento separatista y facilitó el futuro apoyo de los habaneros al estallido de la revolución…
Mas, volviendo a las juntas celebradas: si en El Rompe se acordó el alzamiento para el 2 de septiembre; en la finca Muñoz, se postergó para enero del 69, por proposición de los camagüeyanos; sin embargo, en el Ranchón de Caletones, bajo presión de “alzamiento inmediato”, por parte de los manzanilleros, Aguilera propuso el 24 de diciembre, con la cual no convinieron tampoco los manzanilleros, quienes, en la finca Rosario, dos fechas después, decidieron alzarse ya, y, desbordando a la Junta Revolucionaria de Oriente, acordaron allí crear una Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, así como también nombrar a Carlos Manuel de Céspedes capitán general y General en Jefe del ejercito revolucionario.
Al margen de lo acordado por los manzanilleros, en Sabanazo y Buenavista I, tuneros, jiguaniceros y algunos de Santiago y el Camagüey acordaron alzarse del 13 al 14 de octubre, algo que Francisco Vicente Aguilera no sólo aceptó, sino que determinó apoyarlos, aunque Bayamo no los secundaba.
De hecho, estaban alzados en armas, desde semanas antes, varias personalidades orientales en Holguín, Tunas y Manzanillo, con decenas de seguidores.
Así pues, cuando supieron Aguilera y Céspedes de las intenciones de las autoridades coloniales en Manzanillo de apresarlos, supo este ultimo de la alta probabilidad de contar con respaldo fuera de la jurisdicción manzanillera, aprovechando, por demás, la “Revolución de Septiembre” en España) y el Grito de Lares en Puerto Rico.
Después de algunas acciones ocurridas el día 9 de octubre, al amanecer del 10, llegó Carlos Manuel a su ingenio Demajagua, donde reunió a sus hombres y proclamó la Independencia de Cuba, en su célebre “Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba a sus compatriotas y a todas las Naciones”.
De allí, salió a Palmas Altas, donde dio la libertad a sus esclavos, y se fue a tomar el poblado de Yara (el11/10 de octubre), donde, por  imprevista llegada de una columna española, tuvo su primera derrota, altamente depresiva, pero de la que se repuso con auxilio del dominicano Luis Marcano y de Jaime Santiesteban, para lanzarse a la toma de Barrancas y de Bayamo.
Mientras, el 13 se alzó Las Tunas;  ese propio día, Donato del Mármol tomó los poblados de Baire, Santa Rita y Jiguaní. El 14, se levantó Holguín, y ese mismo día aparecieron las primeras partidas rebeldes en la jurisdicción de Santiago de Cuba.
Aquella gesta fue prontuario de muchos sueños y metas liberales irrealizados, de aspiraciones conculcadas, de esperanzas frustradas. Fue mucho más: expresión romántica de quienes –ricos y pobres- libres y esclavos-, tras diagnóstico de los males del país, escogieron ese día y ese modo para ponerle remedio.
 

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