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jueves, 4 de octubre de 2012

Entonces, ya no fue posible parar el separatismo cubano

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148 aniversario del Grito de Independencia

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Agobiados por las duras y diversas imposiciones; por otras trabas al progreso económico, y por la falta de libertades públicas, miles de cubanos reclamaron de la Metrópoli española, en 1865, un espacio para la reflexión acerca de la situación de Cuba, y para que, como consecuencia, se adoptasen las medidas convenientes e inmediatas, a fin de resolver algunos de los problemas fundamentales de la Isla.
“La Junta de Información a que convocó (entonces) el Gobierno de Madrid –recordaba por aquella época, uno de los más prominentes insurrectos mambises, en 1873-, para inquirir las reformas que debían hacerse tanto en esta Isla como en la de Puerto Rico, hicieron concebir halagüeñas esperanzas de que le concederían algunas libertades, en cuyo concepto enviaron comisionados(...)”
Supresión del régimen de aduanas y, en su lugar, un impuesto sobre la renta líquida que no excediera el 6%; la consideración de Cuba como una provincia de España, con su Diputación Provincial facultada para legislar en materia económico-administrativa; abolición gradual y con indemnización de la esclavitud imperante en la Isla. Así podrían resumirse las demandas de los representantes de Cuba a aquella junta.
En cambio, el 12 de febrero de 1867, dos meses y medio antes de concluir las sesiones de esa reunión, el gobierno metropolitano dio señal inequívoca de su negativa rotunda, al dictarse un Decreto Real que estableció el impuesto del 10% sobre la renta líquida (no el 6%, como solicitaron los comisionados) y, como si fuera poco, sin suprimir el abrumador y arbitrario régimen de aduana vigente.
El 27 de abril del propio año 67, en la clausura de la Junta de Información, el Ministerio de Ultramar dio a conocer que se decidía por la persistencia del centralismo, como régimen político, fórmula sostenida allí por el tristemente célebre español integrista Vicente Vázquez Queipo, ex fiscal superintendente en La Habana
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Otro decreto, el del 13 de diciembre del año 1867, recordaba que el impuesto del 10% no excluía los otros, y, para colmo, la Metrópoli designó por esos días al general Francisco Lersundi, como capitán general y gobernador de Cuba; o lo que era igual: la opción más contraria a la liberalidad aspirada.
De hecho, el primer acto de gobierno, por parte de Lersundi, fue el restablecimiento de la arcaica y abusiva modalidad de impartir “justicia”, para una amplia gama de delitos políticos: las Comisiones Militares, el 4 de enero de 1868, reviviéndolas, tras doce años de receso.
“Burla”, “escarnio”, “vejamen”, “humillación”; tales fueron  algunos de los calificativos con que los reformistas enjuiciaron el saldo de aquella farsa en Madrid. Mas –como dijo, en 1876, un autor anónimo de un profundo estudio sobre la cuestión cubana-: “No se llega al cabo de la paciencia de un pueblo, ni se remachan  cadenas en los momentos en que cree librarse de ella quien ya no puede con su peso”.
El río del independentismo –que venía corriendo mayormente subterráneo por el país-, se desbordó con el tributo de la inmensa mayoría de los desengañados reformistas.
Se multiplicaron los contactos patrióticos entre patriotas de diferentes localidades, principalmente de la región oriental, y pronto surgieron comités revolucionarios en todas esas poblaciones, aprovechando la obra francmasónica que propulsara en Cuba el doctor Vicente Fernández de Castro y Bermúdez, a través de la logia del Gran Oriente de Cuba y las Antillas (GOCA).
Las reuniones se sucedían en Camaguey, Guáimaro, Tunas, Bayamo, Holguín y en Santiago de Cuba, localidades entre las cuales viajaban comisionados para intercambiar o coordinar, hasta que, en julio de 1867, se trasladaron desde  la última ciudad indicada, los profesores Manuel Fernández Rubalcaba, Leopoldo Arteaga y el pbro. Ismael Bestard, con el propósito expreso de examinar a estudiantes de la enseñanza secundaria; pero con la secreta intención – los dos primeros – de fundar una logia masónica para organizar la conspiración revolucionaria, en la casa del licenciado Pedro Figueredo Cisneros, que resultó en la Estrella Tropical N. 19., célula inicial del movimiento, a la que siguieron varias más, que llevaron a cabo la estructuración de la conspiración en Oriente que desembocó en la primera guerra separatista cubana.
De estos encuentros preliminares, en efecto, surgió la Junta Revolucionaria de Oriente, encabezada por Francisco Vicente Aguilera, Perucho Figueredo y Francisco Maceo Osorio, cuyo proyecto contemplaba, inicialmente, levantar en armas al país para enero de 1869, y más tarde, realizar el alzamiento para mediados de octubre de 1868, a tenor del apremio de los más ansiosos conspiradores; tales como: Luis Figueredo, Francisco Muñoz Rubalcaba, Angel Maestre, Manuel Titá Calvar y Juan (Fernández) Ruz, entre otros.
No fue fácil llegar a acuerdo preciso sobre la fecha de alzamiento. Con tal propósito, por cierto, se celebraron, entre el 28 de agosto y el mismo 10 de octubre, numerosas reuniones, las más importantes de las cuales fueron: la de San Miguel del Rompe, de la Finca Muñoz, del Tejar, Finca Rosario, la de El Ranchón y Buenaventura, por sólo señalar estas, en las que se fijaron varias fechas para el levantamiento armado.
Así,inquieto por sus compañeros manzanilleros ya en armas, en medio de especies dubitativas sobre el inicio del movimiento liberador y denunciado, con la real amenaza de dar con sus huesos a la cárcel, o a la tumba - ¿quién sabe?-, Carlos Manuel de Céspedes y Castillo se lanzó a la gloria, el día 10 de octubre de 1868, con el respaldo solo de todos los patriotas de Manzanillo, pero sabedor de que, al fin, hombres como Vicente García, Perucho Figueredo, Donato Mármol, y aun el mismo Francisco Vicente Aguilera, el jefe que él había desplazado abruptamente con su acción, lo secundarían –tal y como lo hicieron, días después- ; consciente, además, de que aquél era el mejor momento, el instante preciso...
Porque no cabe duda de que Céspedes conocía el derrocamiento de la Corona, el 28 de septiembre de ese año, dado que esa información la propaló Francisco Sellén Bracho desde el 4 de octubre, en La Habana, y, a todas luces, sabía también lo del Grito de Lares, en Puerto Rico, desde el 7 de ese propio mes de octubre, con el arribo ese día del buque “France”, al puerto de Santiago de Cuba.
Reclamaciones, mas o menos razonables; pero, también, celos, despechos, y hasta odio, provocó entre muchos de los conspiradores aquella intrépida acción, que, sin embargo, la inmensa mayoría de los contemporáneos valoraron, al cabo, como un gesto viril y extraordinario, y al cual la posterioridad cubana reconoce como el primer gran emblema revolucionario de nuestro pueblo.
 

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