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viernes, 6 de octubre de 2017

Un grito de libertad hondamente trabajoso



Son múltiples las causas que movieron a gran parte de los cubanos, al menos, a partir del trienio 1865-1867, a separar la Isla de la soberanía española.
Muchos, sin embargo, vieron posible dilatar por gran tiempo aquella resolución definitiva, si la Junta de Información –solicitada por miles de firmas de propietarios criollos- y convocada para celebrarse en Madrid desde de diciembre de 1866, daba la luz necesaria al gobierno metropolitano español para acometer los remedios requeridos, y así solventar los males económicos, políticos y sociales por los que atravesaba la Isla con amenaza cierta de un agravamiento progresivo.
Aquel crucial evento, en efecto, resumía las grandes esperanzas de amplios sectores del país de poder enrumbar por buenos cauces la vida de la Isla, incluso aún bajo el pabellón de España, la fe de transitar el camino pacífico de la evolución…

Ya no era posible esperar nada más de España
Pero, el 27 de abril de 1867 –tras 36 sesiones de trabajo en 5 meses de intercambios-, aquella Junta terminó sin que se concretara ninguno de los objetivos que sus solicitantes se habían propuesto conseguir. No resolvieron la abolición de la esclavitud, ni de modo progresivo ni inmediato, ni con indemnización o sin ella, prolongando así el imperio de tan cruel y nefasta institución. No obtuvieron, los propietarios, la ansiada libertad de comercio y el respiro de un sistema impositivo más justo; sino que el Reino los ahogó más, con el mantenimiento de muchos de los tributos existentes y el incremento de otro del 10% sobre la renta líquida, que podía, incluso, ser mayor. Por último, tampoco trajo para Cuba el gobierno autónomo liberal al que aspiraban los comisionados y sus representados, sino, por el contrario, un régimen de mayor supeditación a la Península, bajo el diseño de una administración de mano dura, con el retorno de terroríficos instrumentos represivos de los que los cubanos creían haberse despedido para siempre.
Fue, ni más ni menos, una humillación y una burla insoportables, cuya consecuencia no pudo ser otra que el afianzamiento del independentismo de viejos conspiradores; así como el paso decisivo y abrumador del autonomismo al separatismo, del reformismo a la Revolución.
Murmurar sobre el acontecer político, disentir de los postulados del régimen y censurar sus actos devino moneda corriente en el panorama del país, y diríase que en la mayoría de los hogares cubanos. Todo a sotto voce, pues no era nada fácil conspirar por entonces, en un país donde se premiaba la delación, en el que era temor constante la arbitrariedad de las autoridades y la justicia la volvían a desempeñar las oprobiosas comisiones militares, resurgidas para penar con cárcel, deportación  o muerte –y de modo sumarísimo-, no ya un delito cierto, sino una simple sospecha.
Aunque siempre hubo quien los emplease para tal fin, los colegios para jóvenes, los gremios y las sociedades de recreo y cultura no eran dables para conspirar, por el gran peligro que representaba la presencia del elemento integrista en estos centros, lo mismo que tampoco servían a ese propósito, las logias de la masonería regular del Gran Oriente de Colón, donde era prohibido incluso hablar de política, y en las que se promovía el “respeto a la ley y al orden establecidos”. 
Los talleres secretos del Gran Oriente de Cuba y las Antillas (GOCA), surgidos en la Isla desde 1862, con funcionamiento secreto y cuyo objetivo institucional era el de unir y formar hombres capaces de dar respuestas a los grandes problemas sociales del país, se pintaron idóneos para conspirar, porque, además, su cuerpo doctrinal revolucionario daba pábulo a quienes estaban dispuestos a cambiar el injusto régimen. Y así fue: se crearon las logias Tropical, de Bayamo; Tínima, de Camagüey; Buena Fe, de Manzanillo; Hijos de la Viuda, de Holguín, y otras –especialmente de Santiago de Cuba-, detrás de las cuales crecieron los comités conspirativos contra el régimen colonial; el de Bayamo primero, el 14 de agosto de 1867, desde donde partieron comisionados a Santiago de Cuba, Holguín, Las Villas  y a La Habana, a fin de ampliar y coordinar los trabajos preparatorios de la revolución. 
Camagüey, en tiempo coincidente con la zona más oriental de la Isla, también creó su propia junta revolucionaria y dio curso a su propio movimiento conspirativo, que se movía alrededor de las figuras de Manuel Ramón Silva, Carlos Varona de la Torre, Napoleón Arango y Agüero, y Salvador Cisneros Betancourt.
Si es verdad en la aseveración de que las revoluciones se hacen primero en la conciencia de los pueblos, como aseguró un historiador francés, la de 1868 en Cuba, ya había ocurrido desde un año antes…
Obstáculos importantes adicionales para la insurrección
No era factible, sin embargo, insurreccionar la Isla sin antes conseguirse un concierto básico para la acción, al menos, por parte de los comités revolucionarios de buen número de las comarcas del país. Pero hasta esa unión elemental presentaba obstáculos importantes, adicionales a los que suponían el del espionaje y la difidencia del régimen. Díganse, por ejemplo: cuestiones de regionalismo, de opción por el método para hacer la guerra que debía iniciarse; es decir, si el dictatorial o el democrático; asuntos relativos a la forma como se veía la rebelión, si como medio de presión política para obtener concesiones de España, o como insurrección cabal, para separar la Isla de la metrópoli; igual, de si se hacía la independencia como medio para buscar la anexión a los Estados Unidos, o para el logro de la soberanía plena para ejercerla los cubanos. 
Problemas, también, de posición ante la cuestión de la esclavitud, y no solo de si abolirla completamente o no, con o sin indemnización, de inmediato o a mediano plazo, sino acerca de qué hacer con los miles y miles de libertos que traería tal derogación; o sea: si dejarlos fuera de bando, para que el gobierno los aprovechara a su antojo, o tomarlos, corriendo el riesgo de que, en el proceso de la guerra, además de igualarse a los libres, pretendieran –y es lo que más desazón causaba-, igualarse a los blancos.
Finalmente, el punto de cuándo comenzar el pronunciamiento armado, pues unos querían iniciarlo de inmediato, y otros para largo, cuando se contasen con los recursos necesarios de guerra.
Resolver todos esos puntos, o llegar siquiera a un entendimiento prudencial acerca de ellos, requirió un continuo y trabajoso diálogo y no pocas polémicas, con la secuela, es la verdad, de fracciones y enemistades creadas.
Las juntas revolucionarias que precedieron al 10 de Octubre
Las reuniones o juntas revolucionarias celebradas como paso previo a los alzamientos que redondearon el grito separatista fueron tantas -tan solo entre agosto y octubre de 1868- que resulta imposible, hoy día, relacionarlas todas. Es más, las de suma importancia en ese trimestre podemos fijarlas en doce (12); a saber: la de San Miguel Rompe (Tunas, 4 de agosto de 1868); la de Puerto Príncipe (Camagüey, 6 de agosto); la de la Finca Muñoz (Tunas, 3 de septiembre); El Tejar (Holguín, mediados de septiembre); Majaguabo (partido de Maroto, mediados de septiembre), la de Santa Gertrudis (Manzanillo, 2 de octubre); El Ranchón de Caletones (Manzanillo, 3 de octubre); Sabanazo o El Mijial (Holguín, 4 de octubre); El Rosario (Manzanillo, 6 de octubre); Buenavista (Bayamo, 7 de octubre); San Miguel de Eseibas (Tunas, 9 de octubre); y la de la Casa de Rodrigo Tamayo (Bayamo, 11 de octubre, posterior al alzamiento de Céspedes).
La primera de estas juntas, de la cual partió el proceso final de la conspiración general revolucionaria, fue la Convención de Tirsán o Junta de San Miguel el Rompe (Las Tunas), celebrada el 4 de agosto de 1868, a la cual asistieron 8 representantes de algunos centros revolucionarios de la provincia de Santiago de Cuba. A saber: Francisco Vicente Aguilera, Pedro Figueredo, Francisco Maceo Osorio, por Bayamo; Carlos Manuel de Céspedes e Isaías Masó, por Manzanillo; Vicente García y Francisco Muñoz Rubalcaba, por Las Tunas; Belisario Álvarez Céspedes, por Holguín, así como Salvador Cisneros Betancourt y Carlos Mola, por el Camagüey, respondiendo a la invitación que les hizo el comisionado Muñoz Rubalcaba, en la logia y en la finca Xiques, días antes.
En la Convención de Tirsán se determinó fundar la Junta Revolucionaria de Oriente, cuya directiva quedó integrada por Aguilera, como presidente; y Figueredo y  Maceo Osorio, como vocales (Maceo Osorio también haría las veces de secretario). Tras mucho discutir, se decidió efectuar otra reunión, el 2 de septiembre próximo,  para determinar en ella la fecha de alzamiento, toda vez que en esta fue imposible por la disparidad de criterios al respecto, sobre todo de Cisneros y de Mola, negados a aceptar una fecha anterior al año de 1869. Esta nueva junta fue efectuada en la finca Muñoz, pero, al cabo, tampoco se logró un acuerdo en cuanto al inicio de la lucha.
Muy notable fue la junta de El Tejar, por lo extraordinariamente concurrida, en el propio mes de septiembre, ya que a Donato del Mármol, Belisario Álvarez, Luis Figueredo, Jaime Santiesteban, Carlos Manuel de Céspedes, Vicente García, Francisco Muñoz Rubalcaba, Manuel Fernández Rubalcaba y otros representantes de los centros revolucionarios orientales, se sumaron los camagüeyanos Augusto Arango e Ignacio Mora, y hasta el director del periódico habanero El País, Francisco Javier Cisneros Correa.
La importancia, a su vez, de la Junta de Majaguabo estriba en que es la única muestra existente, hasta ahora, de una conspiración a nivel popular, con participación mayoritaria, además, de las llamadas personas de color. 
Las juntas de Santa Gertrudis y el Ranchón de Caletones, se celebraron el 2 y el 3 de octubre, respectivamente; fueron presididas ambas por Francisco Vicente Aguilera, y en ellas se dio el 24 de diciembre como fecha para el alzamiento general. 
Pero la de mayor trascendencia, por sus implicaciones posteriores, fue la de El Rosario, efectuada el 6 de octubre; allí, los manzanilleros presididos por Carlos Manuel de Céspedes, desconocieron a la Junta Revolucionaria de Oriente y a la figura de Aguilera como presidente de esta, acordaron levantarse en armas el 14 de octubre, redactaron una declaración de independencia y formaron una Junta Gubernativa, eligiendo a Céspedes presidente y capitán general del ejército revolucionario que habría de fundarse.
Ajenos de lo que pasaba en Manzanillo, pero casi imbuidos del mismo espíritu exaltado, un grupo de conspiradores celebraron la reunión de El Mijial, Holguín, (también conocida como Junta de Sabanazo), el 4 de octubre, donde los más fervientes complotados decidieron alzarse 9 días despues.
Contra tal acuerdo, el 7 de octubre, en la Junta de Buenavista, cerca de la ciudad de Bayamo, la directiva oriental, en las figuras de Perucho Figueredo y Francisco Maceo Osorio, desaprobaron lo acordado en El Mijial, a tenor de la falta de recursos de guerra, lo que no hizo, sin embargo, desistir a Donato del Mármol, Luis Figueredo, Francisco Vega y otros, en su meta de alzarse el día 13.
Pero el régimen espiaba, y así, el 9 de octubre, el conjurado Agustín Valerino alertó que no se podía esperar más para lanzarse al monte, pues, el capitán general Francisco Lersundi ya había trasmitido la orden de apresar a todos los conspiradores, noticia que el telegrafista Ismael Céspedes, por fortuna, dio a conocer primero a su primo Carlos Manuel y a otros revolucionarios, y de lo que Aguilera también se enteró, por otra vía, con tiempo para poder sacar a su familias a lugar seguro. 
Pululan los alzamientos en Oriente
Así pues, además de Francisco Muñoz Rubalcaba, alzado en Guaramanao (Tunas) desde semanas atrás, con unos 60 hombres; de Luis Figueredo, levantado en armas desde agosto con casi 100 seguidores en El Mijial; otros líderes conspiradores tomaron camino de la manigua, especialmente en Manzanillo, desde antes de las fechas convenidas. Tales fueron los casos de Pedro de Céspedes y Castillo, hermano de Carlos Manuel, en que tiroteó Vicana y montó campamento en La Caridad de Macaca; Ángel Maestre y Juan Fernández Ruz, que salieron a los montes de La Esperanza, a 4 km de la Ciudad del Golfo, y Manuel Titá Calvar; todos en los predios de la jurisdicción manzanillera.
De manera que, cuando Carlos Manuel de Céspedes protagonizó el alzamiento en su ingenio Demajagua, ya tenía el soporte de esas partidas que le antecedieron en el gesto, aunque en consorcio con él, y a todos los cuales citó para Demajagua, donde protagonizó el glorioso grito de independencia.
Sabido es que, en la noche del día 11 de octubre, salió Carlos Manuel de la Demajagua con 130 hombres y llegó a Palmas Altas, donde aprovechó el caudillo para hacer varios nombramientos, y donde -conforme aseguran otras fuentes testimoniales- leyó la Declaración de Independencia y dio la libertad a sus esclavos; algo que ya queda como curiosidad histórica, pues, a esta altura, difícil es ya disputar esa gloria al vetusto ingenio de Céspedes.
Se dirigieron a tomar el poblado de Yara, armados con 45 escopetas, 6 trabucos y algunos machetes. El caserío parecía una presa fácil que debía levantar el ánimo de los rebeldes, pero la acción, en verdad,  resultó una desagradable sorpresa, pues ese mismo día había entrado al caserío una fuerza de 50 infantes y 15 de caballería, todos de fila, quienes, junto a los guardias civiles del lugar, malograron el plan de los insurrectos, dispersándolos, al punto de que solo quedaron con Céspedes 11 de sus seguidores.
De Yara, salió Carlos Manuel para el Zarzal, donde, por fortuna, encontró a Luis Marcano y a Jaime Santiesteban con 300, que desde el 10 lo buscaban, y todos se fueron a la sierra de Nagua, a reorganizarse, contando con la pericia de Marcano, oficial que había sido de la reserva dominicana.
Reacciones en contra y en pro de Céspedes 
Un día después de la derrota de Yara, Carlos Manuel escribió a Perucho Figueredo, y por mediación de este a todos “los amigos” de Bayamo, para que acudieran a encontrarse con él a la altura de Barrancas. La Revolución moría sin el apoyo de todos los complotados…
Pero algunos, por considerar que el gesto de Céspedes era prematuro y podría malograr todo el plan revolucionario general, o por juzgar que había desconocido a la Junta Revolucionaria de Oriente y a su presidente Aguilera, censuraron el gesto de Carlos Manuel de Céspedes y sus manzanilleros. Cabezas visibles de esa oposición eran Tomas Estrada Palma y Luis Mercochini, entre otros, pero la opugnación a Céspedes quedó deshecha, cuando varios decidieron acompañar a Céspedes “a la gloria o al cadalso”, como se afirma, dijo Perucho.
Donato del Mármol, en efecto, se alzó el 13, y tomó los poblados de Santa Rita, Baire y Jiguaní; Vicente García, Rubalcaba, Varona, Ortuño y Vega atacaron a las Tunas en esa propia fecha; y Perucho y Aguilera con sus respectivos seguidores –con Mármol incorporado a ellos, también- fueron a donde Céspedes, reconociéndolo General en Jefe de todo el bando insurgente.
Ya Carlos Manuel había atacado y tomado Barrancas, el 14 de octubre, e iba a por Bayamo, ciudad que, luego de 3 días de intensas acciones, cayó en su poder, el 20 de tan glorioso mes para Cuba.
Otros alzamientos
Los citados hasta aquí, no fueron los únicos levantamientos en armas en las jurisdicciones orientales. También, los hubo en Mayarí Arriba, con Nicolás Pacheco Silverio del Prado y Joaquín Castillo López, el 14 de octubre, y, al parecer, como parte de la resolución de Alberto [Suárez] del Villar, a quien estaban subordinados Por igual fecha, los hermanos Raymundo y Justo del Mármol tomaron las armas y emprendieron acciones en los cuartones de Dos Bocas, El Cristo y todo el partido de Guaninicum Lleonard; y en el marco de tales pronunciamientos, podría incluirse el de Majaguabo, probablemente ocurrido el 16 de octubre de 1868, con los Maceo al frente.
Se levantaron en armas, el 13 de octubre, Manuel Hernández Perdomo y un grupo de seguidores, y Julio Grave de Peralta con 120, al día siguiente; ambos en Holguín. Desde esa jurisdicción, ese día 14, salió Luis Figueredo rumbo a Cauto Embarcadero-Cauto el Paso, a los cuales atacó, para de ahí dirigirse a Baire. En el Camagüey, el 11 de octubre, Manuel de Jesús Valdés Urra y Bernabé Varona se alzaron con algunas decenas de partidarios. Igual hicieron los hermanos Ángel y Martín Castillo en los ingenios Unión y Santa Isabel, y José Borrero, en La Fe, y Fernando Agüero Betancourt el mismo 11 de octubre,  aunque con muy poca supervivencia como grupo, por haber reclutado sus hombres a la fuerza. 
Tales hechos de amas, en fin, se tradujeron en el espaldarazo que hizo posible que la gesta iniciada por Céspedes, en vez de fecha luctuosa para los cubanos, fuera de recordación, de cómo un pueblo, casi sin recursos, pudo arrinconar por más de 9 años a un gran imperio como el español de entonces, y coquetear con una victoria plena, que solo las veleidades propias escamoteó




1 comentario:

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