Páginas

martes, 27 de noviembre de 2018

La vida tremendamente aleccionadora de Mariana, la Madre de la Patria




La significación más reiterada sobre la vida de Mariana Grajales apunta, con toda lógica, al patriotismo, hacia el amor a Cuba, de lo cual dio muestras sobradas y constantes, desde el momento mismo en que su país lo demandó crecido a todos los cubanos…

Lo advierten así cuantos han escrito acerca de esta mujer sencilla  y a la vez excepcional, y, con notable precisión, acerca de su entrega cabal a la patria, porque Mariana, en verdad, lo dio todo por Cuba, lo mismo en relación con sus bienes materiales que con respecto a su numerosa familia; ofrendó tanto su sudor como sus más caros sueños; igual durante los diez cruentos años de la Guerra Grande, que en su largo y duro exilio en la vecina isla de Jamaica, hasta su muerte, el 27 de noviembre del 1893..
Mariana, en efecto, es el mérito vivo e indiscutible de una mujer cubana humilde que trocó el hogar apacible y venturoso de Santiago de Cuba y de Majaguabo por los azarosos y cambiantes palmos de monte, en los que ella y su prole (las féminas y los vástagos menores) labraban la tierra para el abasto propio y el auxilio de los combatientes; atendían a los heridos y enfermos mambises, en medio del asedio y la agresión frecuente de las fuerzas españolas y de sus secuaces criollos, mientras los hijos mayores –los Regüeiferos y los Maceo-- guerreaban por la libertad, en cuyo compromiso vivió Mariana su conmocionado tránsito de la madurez a las puertas de la ancianidad.
Por supuesto, la posteridad la distingue especialmente por eso: por ser la esposa leal que apoyó sin reserva la resolución del veterano marido y de sus hijos respondiendo al llamado revolucionario de Cuba, y, más que todo, por ser la progenitora que supo vencer el sobreprotector instinto materno, y se empeñó en acuciar a sus diez retoños varones para emancipar la patria esclava y a los miles y miles de negros en servidumbre en la Isla.
Pero se puede ver con agrado, y cada vez más, que las generaciones actuales de nuestra heroica Isla van distinguiendo en Mariana, no solo esos méritos fenomenales, sino también su extraordinaria pedagogía, empírica pero evidentemente provechosa, que le permitió formar, en el más amplio sentido de la palabra, doce hijos virtuosos, doce hombres y mujeres de bien, doce formidables ciudadanos, con historiales extraordinarios todos en la fundación de la patria, de la cual los cubanos carecían por entonces; doce acérrimos enemigos del abuso, de la arbitrariedad y de la anarquía; enemigos jurados, pues, del régimen tiránico colonial español, y por lo mismo, defensores íntegros de la ley y del orden dentro la República de Cuba en Armas.
No puede ser coincidencia –ya lo hemos dicho en otras ocasiones-- que tamaña prole, sin excepción alguna, fuera un conjunto tan emblemático en la posesión de tantas y tan útiles cualidades patrióticas, cívicas y humanas, como fueron los descendientes de Marcos y de Mariana.
Porque a todos los descendientes de esta extraordinaria pareja –también lo hemos consignado antes-- les fueron comunes la honradez, la laboriosidad, la sencillez y la franqueza; un gran sentido común, una férrea voluntad, mucha perseverancia, firmeza de carácter, amor a los padres, a la familia, a la Patria, y un valor a toda prueba, capaz de garantizar el ejercicio de todas esas virtudes, y de arrostrar las consecuencias que de tal proceder derivasen.
Enseñanza esa, en fin, de obra y de palabras; de rectitud y ternura, para formar hombres y mujeres que supieran vivir para sí y para los demás, para su entorno y para la patria –la grande y la chica--; en suma, hombres y mujeres de bien; dechado plenamente imitable en las mujeres cubanas de hoy, para dar a Cuba buenos ciudadanos.
En consonancia con su patriotismo, con sus aportes innegables en varios sentidos, el país, desde los albores de la República, le ha venido rindiendo tributos a la gran matrona y heroína; reconocimientos que han alcanzado las más altas cumbres de la evocación en las últimas décadas, en que su nombre bautiza muchos centros y lugares importantes de nuestra ciudad y de la nación, en que su imagen esculpida se nos brinda en bustos y estatuas, especialmente la que se levanta en el cementerio patrimonial de Santa Ifigenia, obra del insigne escultor Alberto Lescay Merencio, donde ocupa un lugar privilegiado como fundadora de la nación, y, sobre todo, por su distinción, generalmente aceptada, de Madre de la Patria.
Pero Mariana sigue siendo desconocida en muchos aspectos de su vida, tanto en la manigua como en la emigración, lo que exige búsqueda y remedio. Y lo fuera totalmente, sin crédito para un tributo merecido, de no ser por el testimonio o los datos escuetos de su grandeza sin cuento, expuestos, breve o largo, por algunos patriotas que la conocieron y aquilataron, como son los casos principalísimos del general José María Rodríguez y de nuestro Héroe Nacional, José Martí.
A ellos debemos, ya la descripción de sus hazañosos procederes, o la confirmación de sus grandes cualidades.
Al general Mayía Rodríguez, por ejemplo, la muerte de la madre de los Maceo, el 27 de noviembre del 1893, le suscitó este sentido pésame:
“Pobre Mariana, murió sin ver a su Cuba libre, pero murió como mueren los buenos, después de haber consagrado a su Patria todos sus servicios y la sangre de su esposo y de sus hijos. Pocas matronas producirá Cuba de tanto mérito, y ninguna de más virtudes.
De Martí son las palabras más sentidas dedicadas a ella: desde la anécdota en que describe el traslado del cuerpo acribillado a balazos del General Antonio, casi exánime, cuando Mariana, dando muestra de ecuanimidad ilimitada, de entereza suprema y de un tino sin par, manda a buscar al doctor Brioso, y ordena la salida del improvisado cuarto de cura, de cuantas con su llanto desconcertaban aquel ambiente.
Martí, que –no importa cuántas veces se repita- la describió en sus últimos días de vida, y dio a los cubanos estas líneas llenas de difícil y logrado equilibrio entre la emoción y la certeza, de pleno sentir y de absoluta justicia, cuando,12 de diciembre de 1893, escribió: “Muchas veces, sin que me hubiera olvidado de mi deber de hombre, habría vuelto a él con el ejemplo de aquella mujer”; o cuando, el 6 de enero de 1894, aún conmovido por la muerte de la ilustre matrona, reseñó en el propio periódico Patria: “¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio había en esa humilde mujer, qué santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?”
A Martí, y a su hijo Antonio, quien respondió a la carta-pésame del primero, en estos términos conmovedores: “!Ah¡ ¡Qué tres cosas¡: Mi padre, el pacto del Zanjón y mi madre […] La tercera causa de pena la conoció usted de cerca, cuando apenas podía oírsele hablar de las cosas de Cuba libre, como ella decía, de la Revolución, con la ternura de su alma y el encanto maternal que produce lo que se amasó con tanta sangre generosa y nos obliga  al cumplimiento de nuestros deberes políticos. A ella, pues, debo la consagración de este momento, y ojalá no lo enfade con este desahogo de pesar su agradecido amigo A. Maceo.”
A su hijo Antonio, quien en medio de la última guerra separatista aun bregaba por levantarle a su madre, con medios propios, un monumento en Kingston, que ya, por fortuna, sus coterráneos deudores le han levantado de muchas maneras en su tierra natal…

No hay comentarios:

Publicar un comentario