Por: Joel Nicolás Mourlot Mercaderes y David Mourlot Matos
Se ha dicho -con bastante
razón- que, tras el 24 de Febrero, las partidas rebeldes estuvieron bajo la
pertinaz persecución de las fuerzas españolas, u ocultas, a la espera de la
llegada de los grandes jefes veteranos que debían unificarlas y comandarlas. Tal aserto, sin embargo, no
significa que, durante dicho lapso, algunos grupos insurrectos no
libraran acciones más comprometidas, de ataques y asaltos, los cuales tuvieron
un gran efecto, no solo de necesario aliento al espíritu general de rebeldía,
sino también como actos significativos de provisión de armas y pertrechos de
guerra; algo que, a su vez, determinó en el logro de otras victorias, cruciales
en el desarrollo ulterior de la guerra, como fue el caso de Arroyo Hondo, el
combate con el que las fuerzas del mayor general José Maceo salvaron a los
recién desembarcados en Playita de Cajobabo…
Así, los mambises de la zona
de Manzanillo llevaron a cabo, entre otras, la emboscada de La Gloria, en la
que causaron notables bajas al enemigo y le capturaron 15 máuseres, y la
captura de un convoy entre Barrancas y Caimito del río Buey, o el combate de
río Hicotea; los de Guantánamo, entraron triunfantes en Camarones, y se
batieron con éxito en Güiro; en tanto que, los de El Cobre, llevaron a cabo el
ataque a Hongolosongo y el combate de San Juan de Wilson, por solo señalar esos
casos.
Mención aún más destacada
merecen los combatientes del este de Santiago de Cuba, con la toma de El Caney,
el 2 de abril, donde la captura de 19 armas largas y muchas municiones fue un
factor de peso, para que el coronel Victoriano Garzón atacara y rindiera el
fuerte de Ramón de las Yaguas; tomara dicho poblado y venciera el refuerzo del
comandante Tejerizo, en auxilio de los anteriormente sitiados, con lo que
consiguió armar bien a los 110 que mandó con el teniente coronel Joaquín Planas
a ponerse a disposición del mayor general Antonio Maceo, en Vega Bellaca, y a
los 111 que acudieron con él a Guantánamo para reforzar al general José Maceo,
que solo contaba con las decenas de hombres -mal armados y municionados, en su
mayor parte- de teniente coronel Periquito Pérez.
Gracias pues, a este socorro,
pudo el general José Maceo enfrentar a la gran fuerza enemiga que ya casi alcanzaba
al pequeño grupo que acompaña al mayor general Máximo Gómez y a José Martí.
El combate de Arroyo
Hondo
Después de haberse despedido
del teniente coronel Félix Ruenes y de sus hombres, el día 18 de abril, el
general Máximo Gómez contaba con un grupo de 30 expedicionarios, incluidos
Martí, Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas, Marcos del Rosario, y el
veterano Luis González Pineda, con su hijo y 17 miembros de su familia, entre
otros. Sobre ellos se cernía un peligro mortal…
En efecto, después de haber
logrado la muerte del general Flor Crombet y de Joaquín Sánchez (a) Peñaló; así
como la captura sucesiva de otros 8 integrantes de la expedición Crombet-Maceo,
las fuerzas del Regimiento Simanca y de los guerrilleros del comandante Pedro
Garrido, fracasaron en la búsqueda y captura de los generales Antonio y José
Maceo, de los tenientes coroneles Agustín Cebreco y Adolfo Peña; los
comandantes Silverio Sánchez Figuera y José C. Palacios , así como de los otros cinco patriotas que se integraron a las fuerzas insurgentes.
Pero, enterados los jefes de
esas respectivas fuerzas enemigas, el teniente coronel Joaquín Bosch y el
comandante Pedro Garrido, del desembarco por Playitas de Cajobabo de Gómez,
Martí y otros importantes jefes mambises, emprendieron la persecución de estos
por zonas de Imías y la tierra del Guaso, hasta casi alcanzarlos ya a unos 12
km al norte de la capital guantanamera, en el punto conocido por Arroyo Hondo.
Por fortuna, el general José
Maceo lo supo también, y –al frente de las fuerzas de Periquito, las de
Victoriano Garzón y de otros incorporados, con un total de 300 hombres-
emprendió marcha la noche del 24, desde su campamento de Filipina hacia el
poblado de Arroyo Hondo, a donde llegó antes de que los 600 del teniente
coronel Bosch se lanzasen sobre Gómez, Martí y los que les acompañaban.
Así fue, Bosch y Garrido
dividieron sus fuerzas en dos bandos para avanzar sobre el arroyo para cumplir
su anhelado propósito; pero sin sospechar del socorro cubano, y ahí comenzaron
las acciones, en las que –según cuenta Martí en su Diario de Campaña- las balas silbaban sobre sus cabezas. En mayor
detalle, sin embargo, lo cuenta el Auckland Star, de
Nueva Zelanda (18 junio de 1895), tomando de un reporte especial de un
corresponsal del periódico World, de Nueva
York, quien entrevistó al general Antonio Maceo en Songo, días después de este
sonado hecho de armas. Este reporte
valiosísimo, redactado sin duda a partir del parte oficial enviado a Antonio
por su hermano José, nos ofrece la versión más rica que de este trascendental
combate se conozca:
“[José] Maceo apostó a sus
hombres dentro de la espesura, a lo largo de la ribera del [Arroyo] Hondo,
el cual, en este punto, es un torrente de unos treinta pies de ancho. El
Coronel [sic] Bosch se acercó temprano en la mañana por la ribera del arroyo,
y, al recibir el fuego de los rebeldes, llevó a sus hombres hacia una posición
en un cañaveral. El fuego continuó hasta la 1:00 pm. Como de
costumbre, los españoles desperdiciaron demasiadas municiones innecesariamente,
y cuando se les acabó, José Maceo cargó, cruzando el río, y [él y sus hombres]
hicieron estragos con sus machetes entre los contrincantes. Los regulares españoles
estaban reforzados por 200 voluntarios de Guantánamo. Los hombres del Coronel
[sic] Bosch se retiraron, una vez que dispararon sus municiones. Esta es una
falta [común] de los españoles. Los oficiales no parecen esforzarse en impedir
que los soldados huyan tan pronto como pueden. Cuando se está armado con un
fusil de repetición rápida como el Máuser, no se tarda mucho en gastar las 100
rondas con las que se provee a cada uno de los hombres. José Maceo quedó en su
posición, y aún la sostenía cuando el vapor dejó Santiago esta mañana.
“Los españoles admiten una
pérdida de 16 muertos y varios oficiales heridos. De acuerdo con una carta
recién recibida por el General [Antonio] Maceo de su hermano José, los
españoles sufrieron severamente. Los cubanos utilizaron sus machetes con efecto
devastador cuando los soldados españoles habían disparado todas sus municiones.
“Por los cubanos, uno de los
lugartenientes de [José] Maceo, un mestizo [de origen] francés, llamado Alcide
de Verger (Alcid Duverger), cabalgó temerariamente hacia el arroyo, arengando a
sus hombres a una carga al machete. Un disparo de los españoles mató al osado
[mambí].”
Además del coronel Duvergel,
los mambises sufrieron la muerte de otros 3, incluido Justo Trabas, hijo del
glorioso capitán del 68, Martín Trabas, caído en el combate de El Zarzal (6-8
de junio de 1873); acción en la que Justo, con 11 años de edad –y según el
testimonio del coronel Fernando Figueredo- mató de un machetazo al teniente
coronel José Sostrada. Las bajas criollas, además, incluyeron 14 heridos.
Pero la victoria mambisa no
solo radica en la suma de muertos y heridos causados al enemigo y en la
absoluta posesión del escenario del combate; sino, sobre todo, en haber
impedido —con ese resuelto enfrentamiento a un enemigo superior en número y
armamentos— la muerte o captura de Gómez, Martí, Paquito, Guerra y aquellos
otros 26 hombres valiosos que les acompañaban en la inolvidable jornada.
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