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martes, 4 de noviembre de 2014

¿Quiénes, cuándo y por qué, hablaron mal de Maceo? (VII)



De lo dicho por el Tte. coronel Ángel Pérez y el brigadier Flor Crombet


Infundios fueron, pues, lo mismo que otros, que poblaron los aires con otras viejas acusaciones, como la del teniente coronel Ángel Pérez (veterano que era de las fuerzas de Las Villas), quien, el 5 de agosto de 1878, escribió a su antiguo jefe, Carlos Roloff, informándole que Flor había llegado a New York, y que éste sostenía que el espíritu (revolucionario) era “muy alto” en Oriente, lo mismo que en el Camagüey, a fin de reanudar la lucha. Y afirma Pérez: “La actitud que hasta ayer hemos experimentado en Maceo...
...es contraria, y ha sido ficticia según sus tendencias. Este viene trabajando siempre con aspiraciones muy altas, pues sus tendencias han sido hacerse el hombre no sólo de Oriente, sino del Camagüey y Villas, o mejor dicho, el hombre de la nueva Revolución”[1][1].
O Angel Pérez confundió las palabras de Flor, o éste no valoró con objetividad, con exactitud, la realidad de Cuba, a su salida del país y su llegada a Estados Unidos; o hubo intención de hacer quedar a Maceo como un renegado...
¿Que el espíritu de Oriente era alto, a menos de tres meses de haberse desbandado los restos del ejército protestante en Baraguá, lo cual obligó a la segunda capitulación ante las autoridades españolas?, ¿en Oriente, donde las pequeñas partidas de Ignacio Díaz y Francisco Estrada, en Bayamo-Manzanillo, y de Modesto Fornaris Ochoa, en Holguín, deambulaban sin que se les incorporara ni un solo hombre?, ¿que el Camagüey vivía un elevado espíritu revolucionario, a menos de seis meses del Zanjón, y donde no había prácticamente nadie conspirando?, ¿ que lo había en Las Villas, en cuyos lares no engrosaban sus fuerzas, las pequeñas partidas de Ramón Leocadio Bonachea?
No hay en estas formulaciones ni un solo punto de verosimilitud, en ese sentido, y en cuanto a que Maceo pretendía ser el hombre de toda la Revolución que se quería fraguar, es oportuno decir – no obstante la afirmación de Emeterio Santovenia, de que preguntado Aldama sobre quién creía él era el hombre de la nueva etapa revolucionaria, y de que su respuesta fue simplemente: “Maceo”-; repito: no obstante tal criterio sobre Maceo, no era este general un hombre fatuo ni carente de memoria...Sabía él que “hombre de Oriente -siempre que se entendiera por eso a Santiago de Cuba, Guantánamo y Holguín-, podría ser, con la oposición de algunos personajes; no así de Las Tunas, donde sólo podía mandar Vicente García u otro caudillo “santificado” por éste; tampoco, del Camagüey, en el que Salvador Cisneros Betancourt y acaso el general Máximo Gómez  podían ser los líderes de ese territorio, y menos de Las Villas, donde , aparte de que Roloff, Francisco Carrillo, Francisco Jiménez, Serafín Sánchez y Emilio Núñez eran los adalides de los revolucionarios de esa región, estos ya habían despreciado a los jefes “foráneos” –incluido Maceo- en medio de los planes de invasión a Occidente, desde 1874, y –como si fuera poco- no fueron pocos de esos jefes sintieron el dedo acusador de Maceo, cuando se avinieron al Pacto del Zanjón, por lo cual no le escondían su resentimiento.
Además de peregrina, la acusación de Ángel Pérez no cuenta – como mismo ha ocurrido con otras imputaciones contra Maceo, aquí examinadas-  con ninguna prueba que la sostenga; de modo que no alcanza más que la categoría de una frase especulativa intencionada, de esas que procuran abonar un terreno para menguar la influencia de alguien; en este caso, de Maceo...
Son las mismas intenciones con las que, a todas luces, escribió el 10 de diciembre de 1879, al general Carlos Roloff, con el deseo expreso de que se la entregase, también, a Calixto García, y en la cual  dice a ambos, pues, que no duda nada del general Maceo -según los antecedentes de éste- ni de los “demás jefes partidarios del dominio de la gente de color en la revolución”, y, tras autocatalogarse entre los de máximo patriotismo y fe, sentencia “[...] pero jamás seré de los que desean a Cuba africana antes que española. No y mil veces no. Si mi patria tuviera escrito para ser de África, deseo verla confundida entre las olas del mar y sus hijos errantes y proscritos como yo [...]”[2][2]
Pérez –quien radicaba entonces en el norte colombiano- refiere de la llegada allí de un presunto comisionado del general Maceo, Pedro Arrastía (desconocido, por demás, en toda la biografía del general), y quien, supuestamente, fue a pedir recursos para que Maceo organizara una expedición para ir a Cuba, y que, ilógicamente, dijo –siempre según A. Pérez-, que era para hacer éste la revolución con la gente de color; pues, Maceo indicaba que no trabajaba para el Comité Revolucionario Cubano de New York, porque eso disminuía su prestigio, ya que éste no tenía apoyo, y que los blancos habían fallado en la cuestión de la revolución de Cuba, y que “ésta renacería iniciada por la gente de color y llevada a su triunfo por el apoyo de Santo Domingo, Jamaica y los negros esclavos de Cuba, en fin, General no quiero cansarlo con las conjeturas y disenciones [sic] habidas acá.”[3][3]
¡Cuántos veneno y errores fácticos!
¿Qué tenían que ver con África, por ejemplo, los Maceos, cuyos ancestros nacidos en el sufrido continente (tal vez algún tatarabuelo o alguien más atrás), no son ni rastreables? Es más: puede probarse que Juana Alberta Moncada, la abuela de Guillermón era santiaguera, al igual que la madre, María Dominga; que el padre, Narciso Veranes, lo era de Ti Arriba, sin que podamos precisar aún los ascendientes de éste: Los padres de Quintín Banderas, también eran nacidos en Santiago de Cuba, como, al parecer, lo eran sus abuelos; algo parecido a los casos del coronel Pepillo Perera y del comandante Victoriano Garzón. En cuestión, ningún jefe de los llamados del color era nacido en África, ni tuvo nunca programa alguno de anexar Cuba a África, ni establecer regímenes similares a los existentes allá en aquella época, ni siquiera las costumbres, de las que no eran, en verdad, herederos directos.
Las menciones a África y a Cuba africana eran otros dos “cocos” para amedrentar a los racistas blancos indecisos y a los prejuiciados raciales; en fin, para aterrorizar a aquéllos susceptibles de admitir un rol protagónico del general Maceo o cualquier otro líder mambí “de color”, a tenor de sus méritos y talentos demostrados.
En cuanto a la supuesta argumentación del “comisionado de Maceo”, resulta imposible admitir que haya pedido recursos a los blancos emigrados cubanos, con la advertencia de que era para hacer una revolución de y para los negros en Cuba. Tampoco es admisible la razón del porqué Maceo no laboraba de acuerdo con el Comité Revolucionario Cubano (cuestión de prestigio y de racismo negro), tanto por lo alejado que eso está de su conducta y de su pensamiento, expresado en cartas, proclamas y escritos, como porque lo desmienten su acuerdo con Calixto, en junio de 1879, de trabajar ambos conjuntamente; así como también los lazos de Maceo con las posterior dirección de ese comité, encabezada por José Francisco Lamadrid, con la cual laboró de consuno para llevar su expedición a Cuba, en 1880.
Por otra parte, la revolución de agosto del 79, no la iniciaron los negros, sino los blancos: el brigadier Belisario Grave de Peralta, seguido de Remigio Almaguer, y el ex teniente de guerrilla Garmendía, el 25 de agosto, y, prácticamente horas después, Cornelio Rojas, Luis de Feria, Remigio Marrero y otros; todos de la comarca holguinera.
De raza blanca fue, asimismo, el jefe del levantamiento de Baire-Jiguaní: el entonces teniente coronel Mariano Torres, conjuntamente con el negro de idéntica graduación Jesús Rabí, y blancos fueron, igualmente, los principales líderes de Mayarí Abajo (los hermanos Viros), de Las Tunas (los Varona y los Capote Sosa) y de Guantánamo (Periquito Pérez).
Incluso, en Santiago de Cuba, donde predominó la oficialidad negra, se alzaron junto con Guillermón, José Maceo, Pepillo Perera y Quintín Banderas, el coronel blanco Emiliano Crombet Ballón, el comandante blanco Tomás Padró Sánchez-Griñán, el capitán Juan Massó Parra, entre otros más de esa propia raza.
Léase la carta de Maceo al presidente Estrada Palma, del 16 de mayo de 1876, y se comprobará que él tenía conciencia de cuántos enemigos solapados y abiertos le adversaban en el bando separatista; léase la que le dirigió al Dr. Félix Figueredo, por esos mismos días –ambas citadas en el presente trabajo-, y se tendrá conocimiento de que  Maceo sabía perfectamente el fervor de sus oponentes para disminuirlo de méritos y apartarlo de cualquier importante destino, por celos y prejuicios raciales.
Pero, bien vistas las cosas, se trataba, en realidad, del liminar de una nueva campaña contra el célebre general mulato, de opiniones y rumores, como se puede distinguir, por los ejemplos que siguen:
El 14 de octubre de ese año 1878, en misiva de Odoniel Melena (pseudónimo del brigadier Flor Crombet) al mayor general Calixto García, presidente entonces del Comité Revolucionario Cubano de New York,  aquél le comunicaba:
                                                      Desde mi llegada a esta (Kingston), mi mayor
                                                      empeño ha sido averiguar la conducta del in-
                                                      dividuo que Ud. sabe (Maceo).
                                                      Por fortuna , no me ha sido costoso, pues sa-
                                                      bido es la confianza ilimitada que tiene en mí,
                                                      así es: no tardó en ponerme al corriente de
                                                      todo.
                                                      Verdad es, no cumplo con él como amigo,
                                                      pues me confió todo en la esfera privada,
                                                      pero también sería yo un criminal si olvidara
                                                      a Cuba por un hombre que ya no puede ser                                                                      
                                                      mi amigo [4][4]
Y he aquí la esencia del problema que –según  Flor – impide su amistad: “Me dijo que entre Gómez, Calvar y él, habían tenido varias reuniones (...), y agregaba Flor:: Nuestro hombre apoyó a Gómez, añadiendo que nunca creía que los blancos tenían ni más derecho, ni más deberes que los de su raza; pero que, de momento, veía difícil tan gigantesca empresa, por la razón de no contar con dinero y elementos indispensables.”[5][5]
El día 25, del propio mes y año, le decía “Melena” a Calixto: “Se me olvidaba decirle que Maceo no espera más que arreglar (...) su familia para ir a Cuba a entrevistarse con aquellas gentes.
“Soy de opinión  que Ud. le dé órdenes contrarias, y que vaya cuando Ud. tenga a bien, pues como él no sabe que yo obedezco órdenes de Ud. Querrá quizás meterme de lleno en trabajos de él que jamás podría aceptar”[6][6]
Aunque las dos cartas de Flor son harto elocuentes, leo en esta oportunidad, entre 5 misivas dirigidas por Maceo a Miguel Aldama, en el lapso comprendido del 7 de marzo al 8 de agosto de 1878, una muy propicia, que así reza, en parte:
“Estimado amigo:
“El joven Flor Crombet queda aquí solo, abandonado y sin recursos de ninguna clase. Es una persona que por primera vez se ve en esta situación. Vea Ud. Lo que por él puede hacer.
“El se iría a Jamaica si pudiera ser.”[7][7]
Contrasta la actitud de Flor hacia Maceo, tan sólo dos meses después de este gesto, sobre todo, si se tiene en cuenta que Flor fue a New York por su cuenta; y contrasta, asimismo, sus expresiones de :” un hombre que ya no puede ser mi amigo”, del 14 de octubre del 78, y su “[...] meterme de lleno en trabajos de él que jamás podría aceptar.”, con otras expresiones empleadas por Flor para con Maceo, como éstas que siguen: “[...] yo soy su amigo de siempre” (noviembre de 1882)[8][8], “[...] Ud. sabe cuánto le quiere su afmo. Amigo” (enero de 1883)[9][9], “Dos palabras nada más para recordarle que soy siempre su amigo.”, frase esta última que acompaña con la queja por el retraimiento que la gente de la emigración tenía con él (19 de abril de 1883)[10][10]
Años después, sin embargo,  rebrotaron en Flor sus ataques contra Maceo, seguidos de más votos de amistad, con procederes inamistosos...
Sin demeritar su inmenso valer patriótico y otras prendas que le hicieron gran prócer en nuestra historia, Flor dio muestra de palpable inconstancia. Pongamos por casos: la propia carta a Maceo de 1882, en la que califica a Gómez de “descarado”, al parecer porque éste no formó parte del plan de Calixto García. Luego, elevó al dominico-cubano al cenit. También, en su carta a Maceo, de noviembre de 1882, le indicaba: “Incluí una carta de Martí torpemente escrita [...]”, y aconseja a Maceo que, en su respuesta, pase por alto “ciertos halagos inoportunos que hizo Martí. Tiempo después, casi idolatró al Apóstol.[11][11]
Pero, volviendo al momento de fines de 1878, y principios del año siguiente; exactamente, el 4 de enero de 1879, Flor escribió a Francisco  Cabrera lo siguiente: “Tuve a pesar mío que mandar a capitular las fuerzas de Bayamo a consecuencia de una imprudencia de Pedro Martínez (Freire) y José Antonio Maceo. Mas luego le informaré sobre este último particular.”[12][12]
Diferente es la versión que, al respecto, da el entonces comandante Francisco Estrada Estrada, en su diario de campaña, en el que narra –después de muy significativos detalles -, cómo, en medio de una refriega reñida entre cubanos y españoles, al cuarto día de pelea, el 16 de junio de 1878, según él, se apareció Flor Crombet, acompañado de varios soldados enemigos, con bandera blanca, con la orden de capitular, tal y como ya lo había hecho el Gobierno Provisional en Sierra Pelada, días antes.
El coronel Pedro Martínez Freire, con las fuerzas de Guantánamo, estaba en situación similar, en su comarca de acción; libró el último combate de aquella guerra, y fue, en verdad, el último en capitular en dicha campaña. En cuanto a  Maceo, estaba por esas fechas en New York, cumpliendo las tareas de su comisión. No es apreciable relación alguna de la capitulación de los bayameses con la actuación directa de estos dos jefes, y más, conforme lo expresado por el brigadier Guillermón Moncada, en carta al presidente Calvar, del 21 de mayo de 1878, en la cual refiere que la deposición de las armas se debió a la oleada de presentaciones de las fuerzas y a la indiferencia de la emigración cubana ante la demanda de auxiliar la insurrección, y –agregaríamos nosotros- de la población oriental que concurrió con muy pocos hombres a la manigua...
Guillermón, en efecto, relaciona las últimas y numerosas presentaciones al enemigo: la del prefecto de Jutinicú y del teniente Limbano Gutiérrez, arrastrando a varios hombres de tropa y muchas familias, y lo peor: capitularon el 7 de mayo, en Florida Blanca, entregando al enemigo el único parque con que contaba la división de Moncada para hacer frente a los españoles.
También, de acuerdo con lo referido por Moncada, sólo los capitanes Fulgencio Arias y Manuel Reyes eran autoridades civiles fieles y firmes; los demás prefectos y subprefectos de la división guantanamera capitularon; como lo hizo, igualmente, la guardia secreta de Arroyo Limbambí ( de ocho hombres), que abandonó su puesta y se presentó al enemigo; como mismo lo hicieron el comandante Alfonso Guillot y los capitanes Naro y Cornielle, con 35 hombres; el sargento Brea, con ocho hombres; el sargento Torres, con 15,  el capitán Santiago Medero, junto con los tenientes Repilado y Peguero, el subteniente Luis Barrios, y varios hombres más...[13][13].
El día 9 de mayo, capituló el comandante Emilio Leyte-Vidal y los subtenientes Columbié y Justo Soler, al frente de 15 hombres que se habían despachado en comisión para Holguín; el teniente coronel Antonio Soria, con 5 oficiales y 35 de tropa, se presentaron en Sojo (Mayarí), y el general Céspedes, al frente del 2. Bon. del Regimiento Jiguaní; en tanto que el coronel ya había solicitado zona neutral para él y sus hombres.[14][14]
Como si fuera poco, el teniente Porfirio Escalona capituló al frente de la compañía que en el Regimiento Santiago mandaba el capitán José de la Cruz Martínez, quien se quedó absolutamente solo. El auditor de guerra, Joaquín Acosta, se presentó al enemigo con varios de tropa, y el teniente coronel Miguel Palacios, también con algunos hombres. Finalmente, Moncada confiesa la presión del jefe (Quintín Banderas) y oficiales del Regimiento de Caballería Santiago y de la tropa de su división (Guantánamo) para que capitulase; así como que Lacret había llegado de Jamaica con la nefasta noticia de que los emigrados cubanos se negaban a dar auxilios para continuar la guerra.
Así, pues, los hechos no responsabilizan de ninguna manera a Martínez Freire ni a Maceo con la capitulación de los insurrectos cubanos, entre fines de mayo y primeros días de junio de 1878, y califican esas palabras de Flor a Cabrera de insinuación con un fin deliberado,  a juzgar por los antecedentes

7 2 ANC. Fondo Donativos y Remisiones. Leg. 475 n. 78.
73  Ibidem.






[1][1]  Documentos para servir a la historia de la Guerra Chiquita (DPSHGCH); tomo I, pp. 26-27.

[2][2] DPSHGCH, t. III, p. 49; La Guerra Chiquita: una experiencia necesaria, pp. 257-258; Editorial Letras
    Cubanas, Instituto del Libro; La habana, 19   .
[3][3]  DPSHGCH., p. 48; La Guerra Chiquita: una (...), pp. 258-259.
[4][4]  Ibidem, pp. 46-47.
[5][5]  Ibidem.
[6][6]  Ibidem, p. 50
[7][7]  ANC. Fondo Donativos y Remisiones: Leg. 158 n. 54-4
[8][8]  Papeles de Maceo, tomo II, p. 287.
[9][9]  Ibidem, p. 289.
[10][10]  Ibidem, tomo I, pp. 301-302.
[11][11]  Ibidem, tomo II, p. 287.
[12][12]  DPSHGCH:, tomo I  , p. 133.
[13][13]  ANC. Fondo Donativos y Remisiones. Leg. 475 n. 78.
[14][14]  Ibidem.

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