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martes, 10 de abril de 2012

Contener potencial dictadura: eso querían constituyentes en Guáimaro


A 143 años de la primera Cámara de Representantes de Cuba

No sólo fueron el miedo a los efectos del caudillismo, del que muchos de los grandes libertadores de las ex colonias hispanoamericanas dieron muestra, y al saldo de tiranías en que derivaron tras conquistar la independencia de España; también fue el temor a que en eso concluyesen la Capitanía General de Carlos Manuel de Céspedes, o las pretensiones de otros, como Donato del Mármol –así pues, no únicamente el afán de encantar al Norte con la copia de un Estado como el suyo-, lo que movió a los repúblicos demócratas de la insurrección cubana en 1868, a crear un contén a cualquier potencial dictadura, a poner brida al poder desmedido que pudiera ansiar el entonces virtual Presidente…
Las huellas de la aversión a toda forma de centralización del poder –manifiesta desde las aulas universitarias-, lo mismo que de las sospechas contra Céspedes –infundadas o no- desde el mismísimo 10 de Octubre, en que este diera el grito de libertad en La Demajagua, resultan harto visibles en esos jóvenes insurrectos ilustres, y llegaron al paroxismo con la Dictadura de Mármol, proclamada el 15 de enero de 1869, en Giro (actual municipio de Palma Soriano).
La reconciliación de ambos señalados jefes, que casi todos los demás líderes revolucionarios promovieron en Tacajó (Holguín), algo menos de un mes después, sirvió de prólogo y punto de partida para institucionalizar la Revolución, en aquella memorable cita de Guáimaro (en el Camagüey), el 10 de abril de 1869, en que 14 delegados, en presencia de Carlos Manuel de Céspedes, aprobaron y proclamaron la primera Constitución de Cuba, compuesta de 28 artículos.
Los célebres “constituyentistas” fueron: Miguel Jerónimo Gutiérrez, presidente; Salvador Cisneros Betancourt, Manuel Valdés, Honorato del Castillo. Miguel Betancourt Guerra, José María Izaguirre, Arcadio García, Eduardo Machado, Antonio Lorda, Antonio Alcalá, Jesús Rodríguez, Francisco Sánchez Betancourt y los secretarios Antonio Zambrana e Ignacio Agramonte.
Aquella trascendental Carta Magna dio forma republicana al Estado revolucionario cubano, con la división de los tres poderes públicos: es decir: el Legislativo, materializado en una Cámara de Representantes –órgano supremo de dicho Estado-, presidida por Salvador Cisneros Betancourt, con Miguel Jerónimo Gutiérrez, como vicepresidente; el Ejecutivo –cuyo ejercicio recayó en Carlos Manuel de Céspedes, como presidente, y Francisco Vicente Aguilera, como vicepresidente- y el Judicial.
A la postre, la CC. RR., con sus muchas leyes aprobadas, otras tantas trabas para el ejercicio libre de la guerra; víctima, en gran medida, de sus exagerados celos democráticos, en medio de una guerra tan cruenta y desigual –muy desfavorable materialmente para los mambises-, resultó un pesado fardo; un lujo para la Revolución, que no contaba con territorio propio en que basarse, ni gran población civil a la que beneficiar, sino militares que debían más que todo hacer la sacratísima guerra, y eran distraídos –y divididos-, sin embargo, en certámenes y algaradas civilistas, que en mucho contribuyeron a azarar aquella memorable década de empeño libertario; eventos, en fin, que sirvieron de extraordinaria lección para quienes tuvieron la misión de hacer las posteriores campañas militares separatistas.
 

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