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miércoles, 11 de abril de 2012

Seis “locos” sublimes


117 años del desembarco de Gómez y Martí

Aunque casi todas las expediciones mambisas, de las organizadas para auxiliar la Revolución del 95 en Cuba, tuvieron que salvar muy grandes obstáculos para concretarse, las de Flor-Maceo y Martí-Gómez parecen de las más difíciles que hubo que acometer por entonces.
La vigilancia extrema de los españoles sobre esos principales personajes, la carencia de recursos –especialmente en el caso de la de Costa Rica a Duaba-, el oportunismo de patrones y marinos, movidos por el afán de sacar ventajas extras de cualquier acuerdo, y la mala fe de ciertos capitanes, pusieron extraordinarios valladares a esas dos empresas, que sólo la tenacidad y el coraje pudieron vencer, para llevarlas a feliz término...
De Cabo Haitiano a Playitas de Cajobabo
Llegadas discretas a la población; dispersos y ocultos en sitios seguros; numerosas diligencias para adquirir los medios necesarios y no menores para burlar las malas intenciones del capitán Bastián y sus cómplices.
“Después de todos estos gastos enormes, después de vencidos estos obstáculos –después de dos meses de sufrimientos y torturas-, hemos logrado embarcarnos, seis compañeros, en la madrugada.”, escribió en su diario, el general Máximo Gómez Báez.
Tiempo después, desembarcaron en la isla de Inagua, donde amanecieron el 11 de abril de 1895, y desde donde salieron en esa fecha a las 2 de la tarde. Sobre las 8 de la noche, a 3 millas de las costas de Cuba, cerca del puerto de Guantánamo…
“La noche es tenebrosa, el mar se siente agitado, la obscuridad es tal que el mar parece un negro manto funerario donde nos debemos envolver para siempre. Ni una estrella alumbra el firmamento. El chubasco se afirma. El vapor se detiene […] y rápidamente se descuelga un bote, se carga de armas y pertrechos, y caen dentro de él seis hombres; que cualquiera diría que eran seis locos”, continuó relatando el gran dominicano.
“[…] Ninguno de los seis somos marinos –agregaba en su narración-, y con todo, echamos manos a los remos. Martí y César [Salas] a proa, reman muy mal, pero a la desesperada; los demás al centro, yo he agarrado el timón, que apenas entiendo que al fin se zafa y se pierde”.
“[…] Fijamos rumbo –dice a su vez Martí en su diario de campaña-. Llevo el remo de proa. Salas rema seguido. Paquito Borrero y el General [Gómez] ayudan de popa. Nos ceñimos los revólvers. Rumbo al abra [la misma que Gómez vio como: “La fortuna nos depara un recodo, ‘La Playita ”]. La luna asoma roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras, La Playita (al pie de Cajobabo). Me quedo en el bote el último vaciándolo. Salto. Dicha grande. […]
Inicio de marchas extenuantes, llegan rápidos los primeros amparos; pero horas después, nuevamente solos y sin apoyos, aunque no por tanto tiempo, pues llega el auxilio de alimento, un práctico y la avanzada del comandante Félix Ruenes.
Otra vez las jornadas agotadoras, en las que todos se asombran por la resistencia de Martí, “a quien todos suponíamos el más débil por lo poco acostumbrado a las fatigas de esas marchas”, y que siguió “fuerte y sin miedo.”
Con la llegada al campamento de Vega Batea, del comandante Ruenes y sus 50 baracoenses, el día 14 de abril, concluyó la breve odisea de Gómez y Martí, de Paquito Borrero y Ángel Guerra, de César Salas y Marcos del Rosario, los seis héroes protagonistas de aquella hazañosa expedición y desembarco del 11 de abril de 1895, que vino a confirmar la salvación de la insurrección cubana y la perspectiva de extender la fortaleza de esta hacia el centro de la Isla, inicio verdadero de la última guerra por la independencia de Cuba. 

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