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viernes, 28 de octubre de 2011

27 de noviembre de 1871:


Aquel episodio inolvidable en el tétrico prontuario colonial de Cuba

El colonialismo español en Cuba fue pródigo en abusos y crímenes horrendos, manifiestos de una acabada muestra de salvajismo…
Asomarse a la historia de nuestro archipiélago, desde los albores de la conquista, es por eso, además, repasar una espeluznante narración de continuos capítulos de sevicia extrema, desde la cotidianidad del exterminio indígena, pasando por la de la esclavitud, hasta los numerosos y aberrantes consejos de guerra y/o comisiones militares, con paradas forzosas en dos puntos: los arrebatos del “Año del Cuero” (1844) -cuando el capitán general Leopoldo O’ Donnell lideró la masacre de decenas de miles de esclavos-, y en el primer lustro de la Guerra del 68, cuando, saldos de asaltos y plagios, así como también de farsas judiciales, acabaron sus vidas miles y miles de cubanos -y aun de no pocos peninsulares-, víctimas de las retaliaciones asesinas del régimen.
Las subrepticias desapariciones de prisioneros de la cárcel de la ciudad Santiago de Cuba, sacados por el mismísimo Jefe de Estado Mayor español, con el auxilio de otros oficiales del ejército y de los voluntarios; las macabras ejecuciones de tres veintenas de santiagueros en Los Marañones (Jiguaní, agosto de 1869), San Juan de Wilson (El Cobre, febrero de 1870) y Minas de Ponupo (La Maya, igual a principios de 1870), respectivamente; la aún más demencial matanza contra pacíficos pobladores en Cabagán (Manzanillo, junio de 1869), donde los asesinos llenaron garrafones de sangre, cual prueba de su acción contra los “insurrectos”, y los grupos de fusilados (o agarrotados), como fueron: los 10 en San Juan y Martínez (entre fines de diciembre de 1869 y enero de 1870)), los 8 expedicionarios de la goleta “Grapeshot” (Guantánamo, junio de 1869), los 8 ejecutados en Holguín, de la expedición del “Upton” (Holguín, junio de 1870), y las no menos impías sentencias máximas contra decenas de expedicionarios y tripulantes del “Virginius” (Santiago de Cuba, noviembre de 1873), son sólo algunas de las pruebas fehacientes de aquel proceder infame, que tuvo sustento en un terrorismo de Estado, que procuró, con la encarcelación y/o el exterminio de gran parte de la población, aniquilar la guerra independentista y abolicionista de los cubanos.
EL INICUO CASO CONTRA LOS ESTUDIANTES DE MEDICINA
Ahora bien: sin embargo de no ser el más cruel de los crímenes cometidos por las autoridades españolas contra la población cubana, el proceso al que esos mando sometieron a los estudiantes de Medicina de la Universidad de la Habana -so pretexto de que éstos, el 23 de noviembre de aquel 1871, habían  profanado la tumba del periodista español Gonzalo de Castañón-, constituye uno de esos actos salvajes que Cuba nunca ha podido olvidar.
Partiendo de aquel supuesto, y por presión y manipulación de los cuerpos de voluntarios de la Capital, se sometió a juicio a 43 estudiantes de dicha carrera.
Durante aquel acto espurio, la defensa del capitán español Federico Capdevila pudo demostrar palmariamente la falsedad de la acusación, pese a lo cual el consejo de guerra sentenció penas de cárcel para aquel grupo de  estudiantes.
Pero como no pronunció ninguna condena a muerte, los rancios y furiosos integristas hicieron galas de inequívocas amenazas levantiscas, por lo cual se llevó a cabo un nuevo consejo, el día 27 de noviembre, en suplencia del celebrado en la fecha anterior, y cuyo fallo fue el de reclusión, de seis meses a cuatro años, a 35 de aquellos jóvenes y, pena de fusilamiento, contra 8 inocentes mozalbetes: Alonso Álvarez de la Campa, José de Marcos y Medina, Carlos Augusto de la Torre, Eladio González y Toledo, Pascual Rodríguez y Pérez, Anacleto Bermúdez, Ángel Laborde y Carlos Verdugo, quienes fueron pasados por las armas, el propio día, a las 4 y 20 de la tarde, en la plaza habanera de la Punta.
Dos voces extraordinarias reflejan el eco contemporáneo ante tan soberano abuso: una la de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria; la otra, de José Martí, nuestro Héroe Nacional.
“Esta sobreexcitación de los ánimos en la Península –refiere Céspedes al general mexicano y mambí José Inclán, el 23 de enero de 1872- reconoce, entre otras, dos causas especiales: es la una la ejecución de varios jóvenes estudiantes de la Habana apenas entrados en la adolescencia y la condena de mayor número de ellos a presidio, por haber, según dicen, profanado, ensuciado con letreros ofensivos la tumba de Castañón (bueno es que usted sepa
Que anteriormente los voluntarios habían hecho lo mismo con la del cubano José de la Luz Caballero) […]”
“Hay odios –dijo a su vez Martí por aquellas fechas y en la propia España- como el del 27 de noviembre, que suben babeantes del vientre del hombre […]”
Luego, allá en la propia Península, discursó bajó el rótulo que hoy conocemos de “Cuba llora”, que no fueron palabras lastimeras, sino de ira justiciera, que invitaron al DEBER de los cubanos ante –como diría en su dedicatoria, a modo de salmo, al libro de Fermín Valdés Domínguez sobre aquellos sucesos infaustos-: “[…] mis hermanos muertos el 27 de noviembre”.




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