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domingo, 30 de octubre de 2011

Aniversario 177 del nacimiento de Quintín


Un héroe genuino de Cuba:
Quintín Banderas Betancourt


El 30 de octubre de 1834 nació en el seno de la humilde familia santiaguera, la formada por los negros libres Juan Sabas Banderas y Caridad Betancourt, uno de los combatientes más recios y consecuentes, de los héroes más auténticos en la lucha contra la esclavitud en Cuba, por la independencia de la Isla, la libertad y la soberanía del pueblo.
Vida digna de una novela, preñada de peripecias sobrecogedoras, desde que, con once años de edad, se aventuró a viajar como polizonte en un barco español, en el que fue mozo de limpieza, ayudante de cocina y de caldera, volatinero, con cuyas piruetas agració a personajes reales.
Regresó al puerto de Santiago de Cuba, cuatro años después, y enterado su padre, lo reclamó y obtuvo su vuelta a casa, donde lo indujeron a aprender el oficio de albañil, justo cuando –con sólo quince años, según recuerda él- debutó como conspirador contra el dominio español, enrolado de alguna manera con varios egregios complotados de la ciudad.
respondió el 1. de diciembre de 1868 al llamado de la Patria, engrosando las filas del general Donato del Mármol, cuando éstas invadieron la jurisdicción santiaguera persiguiendo los restos del batallón del coronel Demetrio Quiroz.
Ingresó en las fuerzas de El Cobre, bajo el mando de José de Jesús Pérez, quien lo hizo cabo por sus primeros desempeños. En lo adelante, a las órdenes sucesivas de los capitanes Jesús Infante, Navarro, Cayamo y Limbano Sánchez, combatió en Tabacal, Sevilla y Madrugón, cumplió misiones en la costa oeste de Santiago de Cuba y de auxilio a los expedicionarios del “Perit”, que le permitieron ascender hasta alférez, hacia 1872.
Bravo, como pocos, se destacó en nuevos y numerosos combates, tales como: Rejondón, Samá, toma de Guisa, asalto a Holguín, El Retiro, Cuatro Camino de Chaparra, asaltó a Manzanillo, Bueycito, Santa Rita, Melones y muchos más, que le permitieron crecer su imagen de corajudo y el ascenso a teniente.
En 1876, formó parte del segundo contingente oriental que, a las órdenes del entonces coronel Paquito Borrero, marchó al Camagüey y a Las Villas, en apoyo al general Máximo Gómez, en cuyo trayecto sostuvieron duros pero favorables enfrentamientos en Puerto Padre, Mayajigua, Morón y Turiguanó.
Tras nueve meses de campaña, retornó a Oriente -condecorado honrosamente con heridas de balas y de arma blanca-, cuando los villareños se opusieron a la jefatura de orientales y camagüeyanos y, finalmente, a la del mismo Gómez, en uno de las mayores y más perjudiciales muestras de regionalismo durante la Guerra Grande.
Se integró, el ya comandante Quintín Banderas, a la brigada de Cambute, bajo la jefatura del coronel Leonardo del Mármol, quien -después del descalabro de la red clandestina revolucionaria en Santiago de Cuba- dio la misión al hábil mambí se restaurar el trabajo conspirativo en la ciudad, comisión que Banderas Betancourt cumplió satisfactoriamente.
Volvió a la manigua, y fue protestante en Baraguá, junto a los generales Antonio Maceo y Manuel Titá Calvar; ascendido, por tanto, a teniente coronel por el Gobierno Provisional resultante de aquella protesta, y jefe del Regimiento de Caballería Santiago, con el cual asistió a los combates de Caobal y Arroyo Municiones, entre otros de abril y mayo de 1878, y con el que -desde fines de abril de 1878, convencido de la falta de apoyo casi absoluto del interior y exterior de la Isla- fue de los que más presionaron al Gobierno Provisional para gestionar la capitulación ante la jefatura española, sin haberse logrado ni la independencia ni la abolición de la esclavitud, y habiendo dejado en ese camino por la libertad, muertos en la manigua, a sus seis pequeños hijos,  de su primer matrimonio con Francisca Zayas.
Cumpliendo orientaciones del general Maceo, pidió al jefe español Martínez Campos autorización para fundar una comunidad agrícola en Suena el Agua, con la verdadera intención de tener agrupadas sus fuerzas, para cuando se diera el nuevo grito revolucionario.
Fue, pues, una de las figuras prominentes, al frente de decenas de hombres, en el pronunciamiento rebelde de Santiago de Cuba, el 26 de agosto de 1879, que reinició la guerra por la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud en Cuba.
Por más de 8 meses, combatió a las armas españolas en la manigua heroica de Oriente, hasta el Convenio de de Celina (Guantánamo), del 1. de junio de 1880, que establecía la salida de los cubanos para un país extranjero (Jamaica), con los cónsules de Estados Unidos, Francia e Inglaterra en Santiago de Cuba, como garantes de la salida de los jefes y oficiales rebeldes en el vapor Tomás Brook, por Caimanera; acuerdo que las autoridades españolas deshonraron, al abordar dicho buque en alta mar y capturar a los cubanos, tras lo cual lo condujeron prisioneros a Puerto Rico y, finalmente, a cárceles de Ceuta y Las Baleares.
Amnistiado por voto de gracia de la Corona española, regresó a Cuba en 1886, no sin antes haber perdido en Cuba -víctima de la tuberculosis, en 1882- a su esposa Francisca Zayas y Zayas.
Se empleó desde su retorno como arrendatario agrícola, con no muy buen éxito, porque era su tiempo mayor para Cuba.
En efecto, conspiró nuevamente, en 1889, con Flor; en 1890, con el general Maceo; en 1893, con el general Moncada, por lo que fue apresado, cuando Manuel Cardet, espía del gobierno, delató el movimiento.
Libre desde junio de 1894, volvió por sus fueros: conspiró con Guillermón Moncada, José Francisco Lacret Morlot, Alfonso Goulet, Joaquín Planas y los hermanos Diego y Rafael Palacios, en el fallido intento de alzamiento de Santa Rita (El Cobre), el 10 de octubre de 1894, así como también, bajo la dirección del propio Moncada, en el movimiento revolucionario que desembocó en el 24 de febrero de 1895, cuando salió al campo con tres hombres, para continuar su larga y gloriosa carrera por la libertad de Cuba.
Rencillas con Moncada desde la Guerra Chiquita, seguida de reyertas durante la prisión de ambos en 1880, lo determinaron incorporarse a las fuerzas de Bartolomé Masó.
Con posterioridad al fatídico combate de Dos Ríos, fue el único jefe insurrecto cubano al que cupo la gloria de intentar, por tres ocasiones, el rescate del cadáver de José Martí, hoy Héroe Nacional de Cuba.
Con el general Maceo, hizo la Campaña de Oriente y la Invasión a Occidente, al frente de la infantería, hasta las lomas de Trinidad, donde quedó por orden de Gómez y Maceo, hasta el 20 de enero de 1896, en que marchó hasta Pinar del Río.
Sufrió –junto al general Pedro Díaz Molina- inusual vejamen de Maceo durante el combate de Galope, por confusión en el cumplimiento de una orden, que privó a dicho jefe de infligir una de las mayores derrotas de toda la guerra al ejército español.
En agosto de 1896, cruzó la trocha de Mariel a Majana, sin sufrir ni una baja, volvió a las lomas trinitarias, como jefe en comisión de la 1. División del IV Cuerpo del Ejército Libertador, de la que fue destituido, meses más tarde, por el General en Jefe, ante denuncias de “inmoralidades” (de faldas), que le valieron, además, consejo de guerra, y, por sanción de éste, rebajado en su graduación militar de general de división.
Vuelto a Oriente, recibió la encomienda del general Calixto García de formar un contingente expedicionario de voluntarios para marchar a occidente, con el cual retornó al oeste cubano, en los primeros meses de 1897, hasta Las Villas, ante el general Mayía Rodríguez.
Otra vez en Oriente, aquí quedó en excedencia del servicio, hasta el final de la guerra, cuando, sin embargo, se le reconoció el grado de general de división.
En tiempos de la intervención, Quintín -no obstante sus limitaciones culturales- hizo galas de su inteligencia natural, de su vasta y profunda experiencia, de su amor a Cuba y de su emblemática figura como soldado de la libertad y de la soberanía popular.
En efecto, tanto como en la guerra lo fue de España, en esta etapa se señaló como enemigo consecuente del intervencionismo y de las “bases carboneras” de la Gran Nación del Norte en Cuba, tanto como de la Enmienda Platt, la que aborreció con toda su alma; dispuesto, en general -lo mismo que los generales José María Rodríguez (Mayía) Pedro Agustín Pérez, Agustín y Juan Pablo Cebreco, Lacret, Francisco Sánchez Hechavarría, Rafael Montalvo y otros importantes jefes mambises- a retornar a la manigua redentora, si los Estados Unidos no reconocían la soberanía nacional y no abandonaban la Isla.
En los cuatro años de era republicana, en que vivió, amén de sufrir el abandono del gobierno de Tomás Estrada Palma -que también intentó humillarlo con dádivas como para un mendigo- hizo política socialista y a favor de los trabajadores, a quienes alentó a organizarse unitariamente y celebrar su congreso constitutivo, por lo cual se ganó la animadversión de los empresarios y exacerbó al gobierno, antecedentes que explican el porqué –a raíz del alzamiento de 1906, contra la reelección de Estrada Palma- fue el único jefe liberal rebelde muerto; mejor dicho: asesinado, con premeditación, alevosía y sevicia inconcebible, sin que sus autores intelectuales y materiales reparasen en sus 72 años de edad ni en historia de héroe genuino, entre los padres fundadores de la nación cubana, para machetearlo salvajemente…
 

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