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domingo, 30 de octubre de 2011

Acerca de un héroe cubano


El noble y grande Lacret

Se cumplen hoy, 164 años del natalicio de José Francisco Lacraite Mourlot (Lacret Morlot), uno de los más extraordinarios luchadores por la abolición de la esclavitud en la Isla, por la independencia cubana de España, por la libertad y el progreso verdaderos de Cuba.
Nació, en efecto, el 26 de octubre de 1847, para unos en una finca familiar de Hongolosongo (El Cobre), a 21 km de la ciudad de Santiago de Cuba; en la casa marcada con el número 39, de la calle Rastro de dicha capital.
Hijo de los pardos Pedro Alejandro Lacraite León y Micaela Mourlot Deame (también escrito a veces Deadum), la vida fue holgada para el vástago, desde la cuna hasta la juventud, puesto que eran sus padres un matrimonio muy solvente, propietarios de tres productivas fincas cafetaleras, cuyos frutos exportaban directamente a Francia,. Por la magnífica calidad del grano que cosechaban.
De tal suerte, Lacret tuvo la oportunidad de superar la barrera de la enseñanza primaria (elemental y superior), y parte de la secundaria, en Santiago de Cuba, y continuar esta en Francia, cuya modernidad y belleza no logró seducirlo tanto, como para fijar residencia allá.
Su amor a Cuba, en efecto, lo regresó a su naturaleza, donde –aun muy joven- se identificó con quienes ya manifestaban su inconformidad con el mantenimiento de la oprobiosa esclavitud, el ahogo a los productores cubanos con las abusivas imposiciones, la exclusión de los nativos del verdadero gobierno del país y la falta de libertades.
Estallada la insurrección del 10 de octubre de 1868, se unió a ella el 16 de noviembre de ese año, y cinco días más tarde tuvo su bautismo de fuego en el ataque a El Cobre, donde fue herido y capturado por las fuerzas españolas.
Conducido a Santiago de Cuba –donde fue internado en el hospital la Caridad, en calidad de prisionero-, en espera de un juicio que le reservaba la condena a muerte, que influyentes amigos familiares negociaron por una salida al exterior, a la vecina isla de Jamaica.
Como fue un arreglo a sus espaldas, tan pronto mejoró su estado –nunca curado del todo, pues siempre le torturó la bala alojada en el empeine del pie derecho-, volvió a la manigua insurrecta, en la cual, ya capitán, se desempeñó como prefecto de San Lorenzo, donde tuvo la oportunidad de recibir al desterrado ex presidente de la República de Cuba en Armas, Carlos Manuel de Céspedes, quien dio mayor lustre al nombre de Lacret, al describir el recibimiento, las atenciones y consideraciones que este le diera en esa aciaga última etapa de su vida.
Por propia exigencia al gobierno interino de Salvador Cisneros Betancourt, pasó a las fuerzas del entonces brigadier Antonio Maceo, de quien fue uno de sus principales ayudante en todo el resto de la Guerra grande, y con quien combatió en cientos de acciones de guerra, cuya relación sería demasiado prolija, pero en la que caben mencionar: Cayo Rey, San Felipe, Hato del Medio, Invasión a Baracoa (que comprendió: ataque a fuertes de Sabanilla, combate río Macurije, asalto a la ciudad de Baracoa y combate en las afueras de la Ciudad Primada, contra el príncipe Borbón, entre otros enfrentamientos), marcha sobre el valle de Guantánamo y combates de Mayarí Arriba, ataque a Barigua, Mejía, Camino de Barajagua, Mangos de Mejía, Llanada de Juan Mulato y combate de San Ulpiano.
Desempeñó importantes misiones del general Antonio Maceo ante Martínez Campos, tras la Protesta de Baraguá y luego fue parte de la comisión gubernamental de este jefe ante la emigración, hasta el fin definitivo de las hostilidades.
Opuesto a la denominada Guerra Chiquita, por considerar al movimiento preparatorio como descubierto, manipulado como “guerra racial” por los españoles e inconveniente, por tanto, no se salvó, sin embargo, de las represalias del general Camilo Polavieja. Así, opuesto al objetivo de este jefe español para emplearlo a él, al brigadier José Medina Prudente y al también teniente coronel Eduardo Ramírez como elementos de presión “para traer al orden” a  los alzados santiagueros de agosto de 1879, fue tomado prisionero en su finca –junto a los otros dos señalados-, amarrado con Medina y Ramírez y conducido a pie hasta el Castillo de Morro, de Santiago de Cuba; en unos 30 km de penosas marcha.
Deportado a España por Polavieja, logró su libertad por la intervención del general Martínez Campos, lo que trajo recelos de algunas mentes calenturientas y su retraimiento por varios años.
Justamente, por tales prevenciones, se le dificultó el venir a Cuba, tras el inicio de la última guerra separatista cubana, en 1895, valladar que venció viajando a la Habana, disfrazado, desde donde embarcó por tren –igualmente vestido de cura- hasta Sagua la Grande, donde se incorporó a la guerra.
Tuvo a su cargo la reunificación y organización de las numerosas partidas rebeldes de Matanzas, de cuya provincia fue nombrado jefe, tras su ascenso a general de brigada, por el Lugarteniente general del Ejército Libertador Antonio Maceo y el General en Jefe, Máximo Gómez.
Alrededor de 180 combates se le contabiliza en tierras yumurinas–frente a los más emprendedores jefes españoles-, desde octubre de 1895 hasta enero de 1897, entre los que sobresalen: Machetea de Bolondrón, La Josefa, San Antonio y la célebre victoria de Jicarita, con una sola derrota significativa, la de Cantabria, donde tuvo 5 muertos, 11 heridos, y pérdida de 200 caballos (que pudo recuperar al día siguiente, como también las armas y combatientes dispersos).
Destituido en enero de 1897, tras la desaparición del general Maceo, estuvo anexo al Cuartel General de Máximo Gómez, del cual se alejó por casos de abusos de poder de este.
Jefe mambí de la zona de la trocha de Júcaro a Morón, acometió muchas veces el cruce de esa barrera militar española, por el punto más peligros, el de la Laguna de la Leche, poblada de cocodrilos, que, en más de una ocasión, hicieron presas entre sus acompañantes.
Considerado heredero de Maceo, proyectó una invasión para hacer la independencia de Puerto Rico; también, otra a Filipinas, para ayudar a los rebeldes de aquel país, pero sobre todo, para enfrentar a su archienemigo personal Camilo Polavieja.
Fue electo delegado a la Asamblea Constituyente de La Yaya por el 6. Cuerpo, y  vicepresidente de la propia asamblea y presidente de su Comisión Consultiva, por el resto de sus compañeros legisladores, al frente de la cual rechazó la discusión de su ascenso a mayor general del Ejército Libertador, por parecerle poco ético, y protagonizó dos sonados choques: con Máximo Gómez y con Calixto García.
En tiempo de la intervención yanqui, fue de los que más luchó en Cuba por poner plazo a la retirada de las fuerzas de Estados Unidos del territorio nacional; fundó en 1901 el Club de Puertorriqueños, en La Habana; delegado a la Constituyente de 1901, allí fue de los que encabezó la oposición a la Enmienda Platt.
“¡Todo por Cuba!”, fue su lema de siempre, y dio cumplida muestra de ello en la manigua, en la emigración, en su opugnación a los designios de quienes querían hacer de la isla una estrella más de la bandera norteamericana, y en sus proyectos de crear la marina nacional cubana, en el dragado del río Cauto para volver a hacerlo navegable y en el fomento de una industria nacional, en cuyas ideas dejó exhaustos todo el dinero suyo y familiar, por la indeferencia de muchos ante el futuro de la patria.
Lacret falleció en La Habana, el 24 de diciembre de 1904. Murió como un noble, aislado y en la pobreza, luchando contra las carencias y la difamación, él, que siempre estuvo dispuesto a dar a los demás, que hizo compromiso hacer el bien a los demás. Valiente como pocos; dechado de virtud, sin cuento, noble y grande…
 

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