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jueves, 14 de junio de 2012

Maceo ante las prevenciones


167 aniversario del natalicio
del general Antonio Maceo


Puede decirse con entera certeza que el líder independentista cubano que más elogios cosechó y, a la vez, quien más tuvo que enfrentar prevenciones y vituperaciones gratuitas, fue, sin duda, el general Antonio Maceo Grajales.
En la medida en que su nombre y figura se fueron haciendo más populares en la manigua –y hasta en el exterior-; tan pronto como fue escalando los grados más elevados del Ejército Libertador y, por consiguiente, su influencia potencial iba creciendo en los ámbitos de la insurrección y de los emigrados revolucionarios, Maceo fue blanco de todo tipo de celebraciones y, también, de las más bajas especies, que él reseñaría, entre otras, de las siguientes maneras: ----“Que de mucho tiempo atrás, si se quiere, ha venido tolerando especies y aseveraciones”.
-“[…] víctima de propaganda atrabiliaria del Gobierno de usted [general Polavieja] y de algunos cubanos.”
-“Estoy decepcionado, hasta mis más amigos me hacen sufrir cosas horrorosas, sólo por Cuba podría yo soportar tales crueldades.”
-“Tengo bastante con los desengaños recibidos y con el desencanto que producen las miserias humanas, que han sido para mí una plaga de toda mi vida.”
Le acusaron de “racismo”, quienes, precisamente, querían apartarle de la jefatura interina del cuerpo que comandó hasta meses antes el apresado mayor general Calixto García (1874), y aun de la 1. División que comandaba en propiedad; asimismo, porque arguyó en diciembre de 1878 que no admitía la supeditación de una clase (raza) sobre otra, ni en la causa separatista ni en la Cuba liberada; así dijeron que quería formar una república negra y unirla a Haití; de “racista”, a un hombre que construyó todo un apostolado de unidad de los cubanos, de palabras y de obras…
Lo tildaron de “ambicioso”, porque no se explicaban sus altísimas dosis de coraje y de combatividad, que determinaron su vertiginoso ascenso; nuevamente, por protestar en Baraguá, señalándole –los hechos prueban lo contrario- que había usado la sangre de la juventud blanca como escala para sus triunfos; igual, en 1886, porque era segundo jefe del denominado Plan Gómez-Maceo; de modo que algunos vieron en ello el “afán” de Maceo de creerse “rey, como si Cuba fuera África”, y por haber fundado un periódico en la manigua, que hizo ver a un anciano y prejuiciado luchador que “la hormiga [Maceo] quiera criar ala, y esta ambición desmedida nos dé mucho quehacer”.
Llegaron más lejos: cuestionaron su honradez, primero, por supuestamente haber convenido su salida de Cuba (mayo de 1878) con el general Martínez Campos y aceptado mucho dinero de este; cuando sabían que lo hizo por misión del Gobierno Provisional y que había rechazado todo ofrecimiento monetario del gobierno español. Segundo, porque presuntamente se había cogido parte del dinero que se le envió para su expedición de Puerto Plata (1880), frustrada, al fin, en islas Turcas; suma que, al cabo de varios años, se pudo rastrear y recuperar; criterios esgrimidos a pesar de ser públicas sus extremas carencias, inmediatamente después de ese episodio, al punto de tener que pedirle ayuda al doctor José Mayner Ros y de empeñar sus joyas personales por cuatro libras esterlinas, a fin de socorrer a su esposa María Cabrales, enferma en abril de 1881; también, porque dio alojamiento y de comer a varios de los que estaban destinados a salir con él en la expedición que preparaban en Panamá (1886).
Lo tacharon de vanidoso, por su pulcritud y buen gusto en el vestir; de aislacionista, por exigir una unidad basada en la igualdad de todos los integrados a la lucha; de servil, por intentar el olvido momentáneo –y hasta el sacrificio- de cualquier interés personal por los intereses mayores de la Patria, en el caso del acatamiento de las órdenes del general en Jefe.
No faltaron en algún momento –por inconcebibles que parezcan- las inculpaciones a Maceo como “cobarde” y aun “traidor”, capaz hasta de vender al enemigo algunas de las expediciones que se iban a preparar; infundios que no merecen siquiera ser rebatidos.
Especialmente, por último, vale dedicar algo más de espacio a una de las más persistentes imputaciones contra el general Antonio Maceo, mayormente desde 1883, con la cual quisieron siempre –era evidente- anular su influencia y disuadir a sus admiradores de cualquier peregrina reivindicación: el socorrido y terrorífico cartel de caudillo (como jefe egocéntrico, pendenciero e incivil); así pues, potencial tirano, a partir de su manifiesta preferencia por el método dictatorial para hacer la guerra.
Es decir, Maceo pensaba: “El sable dará Patria, y los hombres honrados y de ciencia, constitución y leyes, cuando aquél haya redimido a ese pueblo de esclavos […]”; consideraba provisional, la prevalencia de ese método, con lo deja entrever en su carta Juan Gualberto Gómez, en 20 de octubre de 1894: “La guerra depurará nuestros vicios y defectos coloniales; que se truque en rifles la sublime y grandiosa labor de usted: que la educación política y social que usted da a nuestro pueblo infeliz, sea por un tiempo y no más, cambiada por ordenanzas de los cuarteles militares.”
Creía firmemente –y eran la experiencia suya y las de otros jefes veteranos muy persuasivas- que el lastre de los órganos civiles, haciendo leyes como si fuese una república, sin ser dueños del terreno que pisaban -y a veces hasta inconvenientes para las operaciones militares-, era un lastre demasiado pesado para llevar a feliz término la revolución.
Pero de ahí a caudillo y potencial tirano es infinita la distancia. Maceo fue no solo un enemigo rotundo de la monarquía y de la tiranía en cualquiera de sus formas, sino un apóstol convencido, un practicante ejemplar del republicanismo, de la democracia y del liberalismo.
A lo largo de su vida, sobran los ejemplos que pueden demostrar tales asertos. Sin embargo, a tenor del breve espacio del presente escrito, valga uno, que bien puede hablar por todos: el de su exposición a los Delegados a la Asamblea Constituyentes, el 30 de septiembre de 1895, en la cual, al querer estos crear el cargo de Lugarteniente general del Ejército Libertador exclusivamente para él (Maceo), les dijo:
La República es la realización de las grandes ideas que consagran la libertad, la fraternidad y l igualdad de los hombres: la igualdad ante todo, esa preciada garantía que, nivelando los derechos y deberes de los ciudadanos, derogó el privilegio de que gozaban los opresores a título de herencia y elevó al Olimpo de la inmortalidad histórica a los hijos humildes del pueblo, a aquélla que, cultivando el espíritu con las luces que da la educación, fundaron la útil e indispensable aristocracia del talento, la ciencia y la virtud. Fundemos la República sobre la base inconmovibles de la igualdad ante la ley. Yo deseo vivamente que ningun derecho o deber, título, empleoo grado alguno exista en la República de Cuba como propiedad exclusiva de un hombre, creada especialmente para él e inaccesible por consiguiente a la totalidad de los cubanos. Si lo contrario fuese decretado en nombre de la República, semejante proceder sería la negación de la República por la cual hemos venido combatiendo, y nos arrebataría el derecho con que Cuba enarboló la bandera de la guerra por la justicia, el 10 de octubre de 1868.”
Habidas las cuentas, Maceo sufrió, no por los infames cargos provenientes del enemigo español –que podían verse como naturales, si se quiere-, sino realmente por los originados y propalados desde el bando separatista; sobre todo, por la bajeza de aquellos que, con toda intención de dañar su ya colosal imagen, los echaron a rodar y los insuflaron…
Pero Maceo tuvo, muy abundante, lo que hoy la Psicología Positiva califica como “resiliencia”, o capacidad para enfrentar las adversidades; en su caso, derivadas de tantas bajas pasiones, provenidas del celo con que muchos apreciaban su amplia  y equilibrada inteligencia –la natural y la cultivada-; de la tremenda impresión que causaba su carácter, de su tanta bravura, que hacía ver carencia en otros valientes; de los sobrados méritos que muchos codiciaban; en fin, de su personalidad comúnmente envidiada.
Afincado en sus virtudes y en su inmenso amor a Cuba, en efecto, supo, no solo oponerse a esos infortunios, sino vencerlos… Y es alguno bueno, es algo digno de recordarse en ocasión del 167 aniversario de su natalicio.

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