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martes, 1 de noviembre de 2011

125 años de una misiva a El Imparcial de Nueva York


Carta-manifiesto de Maceo
asombrosa y trascendente

Son varias las epístolas del general Antonio Maceo que adquirieron –por la forma expositiva y la importancia de su contenido- la categoría de manifiesto. Podrían señalarse las dirigidas al Presidente de la República de Cuba en Armas, el 16 de mayo de 1876; al general español Camilo Polavieja, con su respectivo comentario a ese propio escrito, en 1881; a Ramón Leocadio Bonachea, en octubre de 1883; a José Dolores Poyo (director del periódico Yara), el 14 de junio de 1884; las dos que dirigió a José Martí  y a otros miembros destacados de la emigración cubana de Nueva York, en enero de 1888; la que envió a Salvador Cisneros Betancourt, el 8 de septiembre de 1895, y a los delegados orientales a la Asamblea de Jimaguayú, el 30 de septiembre de 1895, entre otras posibles.
Sin embargo, no cede en importancia a ninguna de las anteriores –antes bien: figura entre las tres más significativas- la que dirigiera, el 1. de noviembre de 1886 al general cubano José A. Rodríguez, director del periódico El Imparcial, de Nueva York, de la que ahora se cumplen 126 años.
Misiva extensa –no obstante estar trunco el original que hoy se conserva-, puede dividirse, temáticamente, en tres partes, como se verá…
La primera es una especie de introducción, pero interesante en extremo, pues fija la posición de Maceo sobre un asunto tan espinoso para la emigración cubana separatista, como era la aceptación de un líder para dirigir esa etapa en la lucha contra la dominación española en Cuba.
Tan solo semanas después, del fracaso del Plan Gómez-Maceo, puesta en cuestionamiento de la capacidad de los militares para organizar un movimiento insurreccional en la Isla, ganó fuerza, además, la aversión de los más vehementes defensores de la democracia por aquellas figuras militares caracterizadas como potenciales caudillos (más que todos, Máximo Gómez, según la creencia general) que podrían establecer, una vez liberado el país de España, y al amparo de tamaño lauro, una nueva tiranía en Cuba.
Primero, pues, intenta dejar claro que su única ambición es hacer la guerra a España, y “tener la gloria de haber contribuido al bien e independencia de Cuba, y llevar con orgullo el título de buen ciudadano, que da brillo y grandeza, cuando se obtiene sin mancha.” Luego, como tal potencialidad no era ciento por ciento posible, ni mucho menos, y, sobre todo, como esa creencia resultaba divisionista y enervante para el bando independentista, el general Antonio Maceo aprovecha la introducción para fijar su posición al respecto:
“[…] yo desearía para mi país un hombre que tenga la virtud de redimir al pueblo cubano de la soberanía española, sin haber tiranizado a sus redimidos, y que no ambicione otra fortuna que la conquistada por ese medio”, porque “El que tal haga, llegará a la suprema gloria y completa dicha”, que es lo más grande y hermosos para un ser humano: “inmortalizar su nombre con la bendición de todo un pueblo […]”.
Y seguidamente, con evidente sentido común, pragmatismo y su acostumbrado valor, agrega: “Pero yo, entre la tiranía española que sufrimos [es decir; no una posible, sino una real, presente y horrenda] y cualquiera otra [posible] que venga para destruir esta, estoy por la última; la acepto con todos sus horrores y consecuencias”; pero no para resignarse a sufrirla, porque “El día después de nuestra independencia, repararemos las faltas e inconvenientes que ella deja detrás de sí […]”; por lo que urge: “[…] reemplacemos, pues, el gobierno nacional con la soberanía nacional de nuestro pueblo.”
I Parte: Organización del partido de la emigración separatista
La segunda parte de esa carta-manifiesto –más importante aún, sin duda- llama a constituir a la emigración independentista, “con el voto popular” de todos, que “deben y pueden hacer una votación libérrima de los hombres que quiere elevar a la categoría de genuina representación; que dirijan la opinión de nuestros emigrados  y levanten su ánimo; elecciones –dicho sea de paso- que deberían efectuarse en cada uno de los centros de la emigración cubana.
Una vez formado ese partido -propuso Maceo, también- se podría “constituir un órgano oficial de comunicaciones, y hacer relaciones dentro y fuera de Cuba”, propagando el amor patrio, con juntamente con la exigencia de “los deberes superiores y sagrados.”
Planteó, igualmente en esa carta-manifiesto, el establecimiento de dos poderes: dos cuerpos, dos jefes: “el de la guerra y el del partido”, propiamente dicho.
Y dando muestra de su grandeza de miras, propone que ese jefe siga siendo Máximo Gómez –no obstante la cruda polémica con este, de tan solo semanas antes, que ha dejado mal parada la amistad entre ambos-; aunque se muestra dispuesto a aceptar a  cualquiera que se designase
No obstante ver las ventajas de tal división de funciones, vislumbra la necesidad de mantener la cohesión y por eso expresa a Rodríguez, y con él a la emigración:
“Divididos los dos poderes, quedan separadas las funciones de ambos cuerpos, en cuanto a la intervención, manejos y medios de obtener recursos; pero como hay que tener en cuenta nuestra unidad, debemos conservar mutuas relaciones, y dar lugar a que ese orden de cosas sirva, únicamente, para hacernos más fuertes, y sostener la organización y estabilidad que se dé al partido; para mandar a Cuba cuantiosos elementos revolucionarios que tenemos en el exterior, y conservar fuera de influencias extrañas la unidad de los cubanos independientes, que hoy más que nunca requieren riguroso celo en nuestros intereses, extraviados en algunos puntos, y que si se desatienden, será nuestro borrón político.”
Trascendentes son, asimismo, estas palabras de Maceo en la misiva, que demuestran su visión inclusiva y unitaria: “Nuestras aspiraciones son amplias, y en ellas caben todos los hombres, cualquiera que sea su modo de pensar y el juicio que formen de las cosas; esto es: no sólo de cualquier raza –algo que se debe dar por descontado en la mentalidad de Maceo-, sino también de cualquier religión, visión política y filosófica.
Esta carta-manifiesto, propone, pues, ni más ni menos: a) la constitución –por primera vez en nuestra historia, que se sepa- de un partido de toda la emigración independentista cubana para dirigir la nueva etapa de lucha por la independencia nacional; b) formula el criterio de constituirlo con la elección, por sufragio universal, de toda la directiva de dicho partido; c) recomienda, igualmente, elegir la representación de todos los centros (entiéndase: clubes revolucionarios) de emigrados en diferentes países americanos; d) crear un periódico como órgano oficial de dicho partido; e) dividir funcionalmente al partido en dos cuerpos: el de la guerra, y el político: el del partido, propiamente dicho, y f) envolver a todos los emigrados cubanos que quieran hacer la independencia patria, sin exclusiones.
II Parte: la Invasión a Cuba
Aún más: en su carta-manifiesto al director de El Imparcial de Nueva York, indica Maceo: “Una vez formada la Directiva del Partido Independiente, conseguiría de los diferentes Centros […] que armen a tantos Jefes expedicionarios, como les fuese posible equipar, y enviar a Cuba, con la cooperación de sus respectivos oficiales. El Jefe Supremo de la guerra podría indicar al del Partido, o a los de los centros, previo conocimiento del primero, el equipo, armas y municiones que desee para sus expediciones; planes de campaña y otras cosas correspondientes al mismo ramo, quedarían exclusivamente al cuidado del Jefe de la guerra.
Y agrega su propuesta de que se hagan expediciones pequeñas y simultáneas a todas las jurisdicciones de la Isla, de cuyo interior deberá saber con qué elementos exactos se cuenta; que dichas expediciones se acometan no muy antes de la llegada de fuerzas invasoras mayores, para evitar prisiones y desesperadas defensas.
III Parte: el autonomismo y cómo debe verlo el separatismo
Interesante resulta, la parte final de esta misiva, dedicada a toda una reflexión sobre el autonomismo, a su surgimiento como fuerza política, a su existencia en aquel momento, sus pretensiones de superar el coloniaje español y sobre sus debilidades y dependencia del bando separatista, cuyo objetivo básico parece, a todas luces, un tendido de mano…
“Algunos protestarán diciendo que no tienen participación en nuestros asuntos políticos, e influirán con todas sus fuerzas materiales para el hundimiento de nuestra causa; pero no porque lo deseen allá en el fondo de su alma. Por el contrario, quieren, como nosotros, la Independencia de Cuba, y ansían el triunfo de nuestra revolución y aman las libertades patrias. ¿Pero qué pueden hacer allí, rodeados de bayonetas e inconvenientes, sin el desenvolvimiento de la guerra? Mientras esta no se declare con probabilidades de éxito, nada pueden hacer con provecho de todos; demos, pues, tiempo al tiempo y no seamos impacientes en la espera. Ningún cubano es español de corazón, ni los peninsulares le tienen por tal; por el contrario, dicen mal del que lo finge y lo desprecian.
Y agrega Maceo: “Entre ellos [los autonomistas] hay hombres de ciencia, saber y cultura; muchos con probidad y virtuosas dotes de abnegado patriotismo que probarán más y más, llegada la hora feliz de nuestra lucha redentora […]”, y debe sumar muchas más ideas interesantes; pero, lamentablemente –como referíamos al inicio de este trabajo-, la quedó trunca, por evidente rotura del papel.
Vale, a pesar de todo, este significativo asomo, a este monumental documento, el cual –no obstante haberse publicado, al menos tres veces en estos 125 años- sigue siendo casi desconocido.
 

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