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domingo, 27 de noviembre de 2011

A 140 del 27 de Noviembre


Breve tributo a los 8 estudiantes de
Medicina fusilados por los españoles
º Y a las decenas que sufrieron el injusto y torturante presidio
º Aquel execrable hecho en palabras de Céspedes, Martí y en Maceo

No era de extrañar aquella salvajada. No era la primera vez, ni sería la última del integrismo español, durante los más de diez años de guerra, de las dos primeras campañas cubanas por la  independencia y la abolición de la esclavitud.
Aunque no previsto por las autoridades españolas –que dieron pábulo y cuño a aquel monstruoso crimen-, “La ira de aquella turba desenfrenada de voluntarios que asesinó a los estudiantes de medicina en la Habana” -cual lo calificó Antonio Maceo Grajales-, alcanzó gran trascendencia, no ya a lo largo y ancho de la Isla y en la emigración cubana –cosa muy lógica por demás-, sino, especialmente, en la propia España, como lo demuestra esta referencia de Carlos Manuel de Céspedes, casi dos meses después del fatídico hecho:
“Esta sobreexcitación de los ánimos en la Península reconoce, entre otras, a dos causas especiales: es la una la ejecución de varios jóvenes estudiantes de la Habana apenas entrados en la adolescencia y la condena de mayor número de ellos, a presidio por haber, según dicen, profanado, ensuciado y con letreros ofensivos la tumba de Castañón ([…] los voluntarios anteriormente habían hecho lo mismo con la del cubano José de la Luz Caballero) […]”
A la luz de las protestas de la emigración cubana, de los republicanos consecuentes de todo el mundo y de los hombres honrados todos, el hecho devino imagen del colonialismo español en Cuba: salvaje y terco, injusto y degradante.
La denuncia y la condena de aquella indignante farsa de juicio y de la macabra ejecución que le siguió, así como también la lucha por la liberación de los otros estudiantes presos por la misma causa (la supuesta profanación de la tumba del periodista español Gonzalo Castañón), la encabezó en España un mozalbete genial, José Martí Pérez, quien, con el concurso de muchos españoles virtuosos –entre muchos que presionaron en el mundo civilizado-, obtuvo el indulto de aquellos verdaderos rehenes del régimen.
A la pluma de aquel joven portento cubano –más que a las rúbricas aparecidas en las hojas impresas plantadas en Madrid, al año exacto de aquella tragedia- se deben estas palabras, que llevaban el timbre indiscutible de la verdad, tanto como el de la inevitable fructificación de tales muertes: “ [...] el día tremendo en que el cielo robó ocho hijos a la tierra y un pueblo lloró sobre la tumba de ocho mártires”, pero que, transformando dolor y lágrima en resolución firme y decidida, hallóel propio Martí la fórmula viril en que deben reaccionar los pueblos dignos: “Hay –escribió- un límite al llanto sobre las sepulturas de los muertos, y es el amor infinito a la patria, y a la gloria que se jura sobre sus cuerpos.”
 

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