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domingo, 6 de noviembre de 2011

Aniversario del natalicio del Generalísimo II


Pocos amaron así al pueblo
cubano y pelearon tanto por él

No escapa al estudioso de la vida de Máximo Gómez –categoría que debiéramos tener todos los cubanos- que siendo como fue, humano de grandes ambiciones, profundas pasiones e inmerso en el vórtice de complejos conflictos personales y sociales, fuera, pues, hombre de grandes contradicciones y, por ende, extraordinariamente polémico.
Así fue Máximo Gómez, en verdad: severo hasta los límites de la crueldad; tierno hasta la emoción; sacrificado y cariñoso a la vez que despectivo con los amigos; apologista de los héroes muertos, nunca lisonjeros con los vivos;  de trato afable y de groseros arrebatos; hizo de la disciplina un culto inflexible y extremo, aunque –no exento de razones-, en ciertos momentos, algunos le acusaron de insubordinado; creyente fervoroso en la espada de la guerra, al punto de menospreciar la legalidad; fue, también, devoto ardiente de la Ley en la paz; desconfiado de los demás –especialmente de los de elevada posición- tuvo fe inmensa en el pueblo…
Le embriagaban el afán de mandar a los hombres y la gloria; pero podía, muy bien, hacerse a un lado voluntariamente, y asilarse en su hogar, a recaudo de las ordenanzas y de los honores públicos.
Pero si bien todo eso cuenta para el estudio integral de su personalidad, no debe escapar, tampoco, las más inmensas cualidades manifiestas en él y por él, con las que conquistó merecidos títulos, como los de maestro guerrero de generaciones de cubanos _Generalísimo por antonomasia-, uno de los padres fundadores de la patria cubana y de los héroes nacionales de nuestro pueblo.
Nació en Baní, República Dominicana, el 18 de noviembre de 1836 –que también pudiera ser de 1838, y hasta de 1839, confusión a la que él mismo contribuyó al escribir de sus orígenes-, donde, en las complicadas situaciones políticas de su país, se inclinó pronto a la carrera de las armas, tanto en la defensa de la soberanía de su país contra las invasiones haitiana, como en la defensa de la soberanía española sobre dicha isla contra sus propio connacionales.
Se vino a Cuba en 1865, con lecciones válidas de su trágica experiencia, que completó aquí con su visión cruda del colonialismo español. Se fue a la región de Bayamo, y en 1868 renunció a su grado y uniforme de comandante en la reserva española, porque –como escribió posteriormente-: “[…] sabía que si los conservaba tendría que encontrarme algún día con mis propios hijos en el campo de batalla, y combatir contra su aspiración de libertad”.
El 16 de octubre de ese mismo año 68, se alzó en Dátil (comarca bayamesa) con Esteban Estrada –quien lo hizo cabo-, Francisco Maceo Osorio, Lucas del Castillo y los hermanos Eduardo y Salustiano Bertot Céspedes, primos éstos del jefe de la Revolución, y quienes lo presentaron al caudillo.
Lo quisieron hacer jefe, pero “adujo no tener caballo”; aceptó, al cabo, ser coronel jefe de Estado Mayor de las fuerzas de Donato del Mármol, en Baire, para contén del batallón de Demetrio Quiroz enviado contra el Bayamo libre, y a cuyas órdenes dio el célebre combate victorioso.
Fue una carrera guerrera vertiginosa, emocionante, bella, que ninguna pluma puede resumir en varias cuartillas. Mas, pronto fue  jefe de brigada, luego mayor general jefe del Distrito de Holguín, y poco después (julio de 1870), de Santiago de Cuba, con cuyas fuerzas practicó el proyecto de Invasión a Guantánamo del malogrado Donato del Mármol. Sustituto del fallecido Mayor Ignacio Agramonte, como jefe del Camagüey; llevó al paroxismo de la gloria a aquellas huestes, con victorias tan sonadas como Palo Seco, Potrero de Naranjo-Mojacasabe, Las Guásimas de Machado, Nuevitas y Cascorro, las cuatro últimas con el apoyo del contingente de 500 orientales del entonces brigadier Antonio Maceo Grajales.
Invasor de Las Villas. General en Jefe del Ejército Libertador.
Exiliado voluntario tras el humillante Pacto del Zanjón (10-2-1878), dio luz a la comprensión de aquella Guerra Grande con sus escritos y memorias; revolucionario trashumante, fue a dar su concurso al pueblo hondureño, donde ocupó cargo de general del ejército de dicho país centroamericano, que le dio provisoria vida sosegada, y a la cual renunció, para volver al bregar revolucionario, encabezando, con precedentes de 1883, el Plan Gómez-Maceo (1884-1886), cuyo fracaso (por múltiples causas, ajenas muchas a ambos líderes) lo llevó a Panamá, al Perú, tratando de proseguir el esfuerzo preparatorio de una nueva guerra, pero que el descrédito del fiasco del plan se tradujo en oposición de gran parte de los propios cubanos, que le obligaron a recluirse en “La Reforma”, su finca de su natal Quisqueya.
Por aquellos días, no obstante, dijo: “[…] me moriré con el corazón cubano; que no puedo olvidar ni el Toa, ni al Cautillo, ni al Yao, ni al Yara, ni al Cauto, ni al Zaza, ni al Tana, ni al Najasa. Que aún resuena en mis oídos, como latidos del corazón el murmullo de sus aguas donde tantas veces nos lavamos el polvo de glorioso combates.”
Así fue: llamado por los veteranos mambises de dentro y de la emigración  y –a causa de eso- por el Partido Revolucionario Cubano, se dio a la tarea de organizar la nueva guerra, conjuntamente con José Martí (líder político de aquel objetivo) y con otros connotados adalides del independentismo cubano…
Y se vino a Cuba, en una endeble expedición –también junto a Martí, los generales Paquito Borrero y Angel Guerra, y otros combatientes-, el 11 de abril de 1895, a partir de los cual llegó a Camagüey, hizo la Campaña Circular, fue elegido General en Jefe del Ejército Libertador (EL) por la Asamblea de Jimaguayú, realizó la colosal Invasión a Occidente, junto con el Mayor general Antonio Maceo, Lugarteniente del EL, y llevó a cabo numerosas campañas –que es igual todo eso a numerosísimos combates-, comprendida la casi inverosímil Campaña de la Reforma, que comprendiendo un reducido espacio de la geografía villareña, resistió el embate de unos 50 000 soldados españoles, que lo perseguían con saña inaudita.
Receloso siempre de las intenciones norteamericanas con respecto a la soberanía de Cuba, aceptó la intervención de los Estados Unidos, a tenor, por un lado, de la situación extremadamente complicada de la guerra; por otro, de las declaradas muestras de respeto al derecho de los cubanos a ser libres e independientes, dadas por las máximas autoridades de ese poderoso país.
Desconocida su autoridad por estas mismas autoridades y, por la jefatura cubana involucrada en la guerra hispano-cubano-americana-, y luego destituido de su cargo de Generalísimo por los mismos cubanos, por viejos y nuevos resentimientos, se retiró a su casa.
Fue receptor de las múltiples disposiciones de muchos jefes y oficiales mambises contra la prolongación de la intervención norteamericana en Cuba, y contra la Enmienda Platt.
Cuba, su familia y el pueblo fueron los altares de su vida. A Cuba le dio casi todo: sus esfuerzos, sus grandes pensamientos, su talento y su sangre; a su familia, el amor y el desvelo educativo, como nunca le dio a nadie, y al pueblo, un contingente poderoso de ideas estratégicas muy claras y el fervor de aplicarlas, y su sentido profundamente democrático en la paz, pese a haber sido en la guerra defensor del método dictatorial.
A Carrillo le explica su declinación a una importante designación, en 1893,  por creerla sólo dable por el voto de la mayoría: “Yo he sido elegido (pero por el propio Martí) Jefe del Ejército, pero yo no debo hacer uso de esa autoridad que me da ese nombramiento porque la considero ficticia o deficiente mientras no la sancione la voluntad del Ejército, siquiera representada por las de sus principales jefes ya que no podemos contar ni con Congreso, Gobierno ni Pueblo congregado. De ahí nace, esa es la causa de mi silencio que usted no se explica”.
Y cierra diciendo: “Mientras no se llene ese requisito (que agitaré [hasta] que se llene) yo no puedo funcionar porque me expongo poniendo en peligro el orden y la disciplina.”
Precisamente, acerca del pueblo, diría en carta a Francisco Carrillo, el 21 de mayo de 1897: “Yo tengo mucha fe en el pueblo, siento amor por el pueblo, y esto debe ser inspirado por algo más positivo que la palabra, por lo que el pueblo tiene de bueno y sufrido. Cuando él se desvía o procede de un modo torcido son responsables sus directores”
Y agregaba: “Las desviaciones las hace el ingeniero. Cuando los soldados de un cuerpo desertan o no son decentes, écheme para acá, digo yo entonces, al jefe y a los oficiales. Ahí está la llave del secreto.”
El secreto que debiéramos buscar para hallar, en un sentido más amplio, porqué dedicó su vida a Cuba, a su libertad y a su independencia absoluta, “sin otra ambición que obligar a los cubanos [a] que me amen a los míos y me recuerden mañana con cariño”.
 

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