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domingo, 6 de noviembre de 2011

Aniversario del natalicio del Generalísimo


Máximo Gómez:
heroísmo y carácter

La figura de Máximo Gómez a veces nos parece apresada entre la extraordinaria dimensión de su heroísmo y la gran repulsión de su carácter...
Y es lo grave del asunto que pocos son los que, al intentar retratarlo, dejan al lector -al receptor, en término más general- oportunidad alguna para el juicio equilibrado, pues o nos dan al hombre exclusivamente héroe, o nos dan solamente al hombre huraño, agrio y abusivo, como si hubieran existido dos Máximo Gómez Báez, como si virtudes y defectos no fueran partes suyas, como todo de un ser humano...
Verdad compartida por muchos -opositores y amigos-, resulta que... fue el Generalísimo de nuestras huestes independentistas hombre de un carácter insufrible, que sólo pudo resistir -que sepamos- el general Vicente Pujals Puente, quien fuera jefe de su Estado Mayor por largo tiempo, y quien confesó el modo como lo pudo hacer: algo así como un constante acopio de todo un arsenal, táctico y estratégico, de líneas de comportamiento: ocasional sordera, indiferencia momentánea, según conviniese; omisión de cualquier juicio, si no se lo pedía; elevadísima disciplina y no menor eficiencia; pero, sobre todo, imponiéndose así  como, también, el más cabal amor a Cuba, a fin de apreciar cualquier hecho del General, o relacionado con él...
Autor que le estudió profundamente, Leonardo Griñán Peralta lo consideró severo, agresivo y altanero, de modales toscos, ariscos, hombre que disfrutaba del placer de mandar.
Las huellas de su vida, también, autorizan a considerarlo implacable, lo mismo con el adulón que con quienes lo contrariaban o combatían.
Suprema prueba de patriotismo significaba soportar sus raptos y desmanes, como cuando mandó a atar al comandante Juan B. Sánchez, o cuando mandó a poner en cepo el comandante Villa, o amenazó con hacerlo a un general, al Lacret protestar por tan grande abuso de autoridad.
Sus creencias sobre el rol de la disciplina en la guerra, y sobre la importancia del buen nombre del Ejército Libertador -a fin de obtener el máximo reconocimiento y apoyo nacional e internacional-, están en el porqué dejó sin efecto la clemencia del general José Maceo en el caso de teniente coronel Francisco Bejerano, o en  la razón por la cual mandó a fusilar a cuatro invasores que hurtaron algunas piezas de vestir, o a otro que robó una camisa, durante la Invasión a Occidente; o en el porqué estuvo dispuesto a proceder con severidad extrema contra Quintín Banderas, por sus “desórdenes de faldas” en las lomas trinitarias (Las Villas).
Su carácter, en fin, le trajo problemas con Donato del Mármol, con Carlos Manuel de Céspedes y con muchos otros jefes de la Guerra Grande; con Martí y otros líderes civiles, y con el general Maceo, en la denominada “tregua fecunda” y, en la última contienda, entre sus muchos enfrentamientos, sobresalen los que tuvo con el Consejo de Gobierno y el secretario del Interior, Santiago García Cañizares -en los que, creo firmemente, tuvo toda la razón- y con el secretario de la Guerra, Rafael Portuondo Tamayo, que pudo haber tenido un vuelo escandaloso.
Sin embargo, de todos estos señalamientos e incriminaciones -que no siempre estuvieron exentas de serias justificaciones-, Máximo Gómez Báez fue para Cuba y los cubanos infinitamente más que un mal carácter y algunos actos en cierto sentido censurables; y tanto más, porque, en verdad, esas faltas reales y presuntas, no pueden compararse con los sacrificios que hizo por el bien de nuestro país, y las muchas grandezas personales que alcanzó en los más de treinta años de su vida dedicados al servicio del pueblo cubano.
En suma, fue, asimismo, un colosal heroísmo.
Quienes lo juzgan únicamente por su carácter y por algunos hechos polémicos protagonizados por él, extrapolan hasta hoy, por un lado, los moldes y usos de una época; olvidan, además, que este hombre fue maestro guerrero de una legión numerosísima de jefes y oficiales mambises, desde los inicios de la Guerra del 68, pasando por los años de conspiraciones entre el 78 y el 95, y de la última gesta separatista. Olvidan, igual, que fue el artífice de la exitosa Invasión a Guantánamo, de la reestructuración de las fuerzas camagüeyanas, tras la muerte del general Ignacio Agramonte, de la hazañosa primera Invasión a Occidente (1874-1876), en la que dio a la gloria combativa rebelde las victorias de Naranjo-Mojacasabe, Las Guásimas, San Miguel de Nuevitas y Cascorro, así como también en el cafetal Juan González, entre otros triunfos memorables.
Olvidan, de forma similar, que fue él la cabeza elegida para organizar la reanudación de la guerra revolucionaria en los años 80 del siglo XIX, con el Plan Gómez-Maceo, principalmente, así como fue, también, una de las figuras claves en la preparación de la guerra, para la última
gesta independentista contra España, tanto que sin él - cada día estoy más convencido de eso - no hubiera habido levantamiento separatista, al menos en 1895.
Dio -junto con Martí, Maceo, Serafín Sánchez y otros ilustres patriotas- fundamentos ideológicos a la lucha de los cubanos por la independencia, la libertad, contra la esclavitud y por el desarrollo de la isla, y su figura fue, asimismo, uno de los horcones sobre los que se erigieron los cubanos en su lucha contra la prolongación de la intervención norteamericana y cualquier mengua de la soberanía e independencia de Cuba.
Ver sus máculas no es delito; diríase objetivamente que es deber de todo aquel que se asome a su gran personalidad; pero apreciar sus enormes méritos, además de imprescindible, debía ser motivo suficiente para rendirle perpetuo homenaje como uno de nuestros grandes padres fundadores
 

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